Resulta que los mandamases mexicanos se han puesto farrucos y no quieren que el rey de España acuda a la toma de posesión de la nueva presidenta, doña Claudia Sheinbaum. No creo que en ello haya influido la escasa españolidad de su apellido, pues que ... la cosa viene de su predecesor, cuyos apellidos no pueden ser más nuestros: López Obrador. En efecto: don Andrés Manuel, que así se llama el hombre, hace unos años envió una carta a don Felipe, en la que le instaba a que pidiese disculpas por los agravios causados por los españoles cuando la conquista de Méjico, misiva a la que la Zarzuela, perdón, Zarzuela (así dicen los periodistas/esnobistas) no se dignó responder. Pues bien, se conoce que aquello no les hizo mucha gracia, y ahora nos vienen con éstas. Lo cual que Pérez Reverte no se ha andado con chiquitas y los ha puesto a caer de un burro: «imbéciles sinvergüenzas, demagogos, oportunistas», todo eso ha dicho de ellos. Sigamos.

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Si bien, como Arturo, soy bastante impetuoso (somos de la misma quinta), a mí no se me ha ocurrido llamarles cretinos, analfabetos, resentidos, mamarrachos y esas cosas que se dicen. Uno ha procurado buscar las razones de semejante desprecio, y he encontrado una explicación de libro, del libro por antonomasia, la Biblia, claro: ¡el pecado original! Ahora verán.

¿Qué culpa tiene un recién nacido, tan tierno, tan lindo, tan inocente, de lo que hicieran Adán y Eva? Venga, díganmelo. Pues con toda su inocencia, si el pobrecito niño muere sin haber sido bautizado, irá de cabeza al Limbo. Pues igualito, igualito es lo de Méjico con don Felipe. ¿Señor López Obrador: qué culpa tiene el rey de España actual de lo que hicieran sus antepasados hace cinco siglos? A mí, la verdad, la cosa no me ha extrañado nada: tantos siglos de formación judeo-cristiana dejan secuelas, incluso en los aztecas.

Alguien dirá que también habrá influido lo otro, pero lo otro no tiene tanto vigor como la formación religiosa que nos meten en la mollera infantil. ¿Que qué es lo otro? Lo otro es lo que le pasó a García Márquez con un exiliado catalán (algo parecido le sucedió a Manuel Vicent con un represaliado de su pueblo). Tanta fue la influencia de aquel hombre, que el gran escritor colombiano se prometió no viajar nunca a España mientras viviese Franco. Como es sabido, al final fue incapaz de cumplir su promesa. Pues tres cuartos de lo mismo les tiene que haber pasado a los mejicanos. Fueron tan numerosos, brillantes muchos, los exiliados españoles en su tierra, que por obligación hubieron de dejar profunda huella antiespañola en los estratos sociales más influyentes. ¿Por qué, si no, Méjico fue el único país de la América hispana que no mantuvo relaciones diplomáticas con España mientras duró la dictadura? Venga, díganmelo. La inercia ha hecho lo demás.

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No obstante lo cual, me quedo con lo del pecado original, que tiene más enjundia, dónde va a parar.

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