Actividad física y envejecimiento: algo, mejor que nada

Si se somete el cuerpo a la dictadura del sedentarismo llegará, irremediablemente, la ruina física e intelectual (cognitiva) del propietario

Agustín Muñoz Sanz

Viernes, 14 de febrero 2025, 22:58

En una reciente tribuna de opinión, mi amigo el doctor Francisco Buitrago, prestigioso y vocacional médico de familia, académico y profesor universitario, trató de forma ... impecable un aspecto muy concreto, e importante, del complicado asunto de la obesidad. La moraleja es: medicar menos y vivir (racionalmente) más. No sobra insistir en que la obesidad, sea una enfermedad sistémica multietiológica y compleja o una consecuencia de seguir hábitos dietéticos y conductuales inadecuados, es un problema sociosanitario y económico de primer orden, con dimensión planetaria.

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En semejante línea cabe debatir sobre el envejecimiento. No es fácil el análisis ni se puede simplificar. Las macrocifras, siempre frías, ayudan a calibrar el problema: para 2050 (a tiro de 25 años), si lo permite el meteorito, la cifra de personas mayores de 65 años será superior a los 1.500 millones. Los octogenarios crecerán el 80%, comparado con 2019. Habrá muchos viejos que, sumando las pensiones (una especie amenazada de extinción en Europa) y el gasto en farmacia (enfermedades) y en dependencia destrozarán cualquier tipo de presupuesto.

Se puede definir el envejecimiento como la acumulación progresiva, con el paso del tiempo, de cambios fisiológicos y deterioro de las funciones orgánicas. Existe una mayor vulnerabilidad a las enfermedades y un incremento de la mortalidad respecto a las edades más jóvenes (que también enferman y mueren). Pero el envejecimiento no es una enfermedad, aunque en esta etapa vital se acumulen las enfermedades crónicas no contagiosas: diabetes, hipertensión arterial, procesos cardiovasculares, obesidad, osteoartritis, diversos tipos de cáncer. Se puede, y hay que aspirar a, tener una vejez sana, acaso con menos capacidades físicas y mentales, pero con una salud aceptable o buena. Más años, pero no menos salud.

El equipo de un investigador español, el profesor Carlos López Otín, describió en 2013 las características o señas (hallmarks) del envejecimiento (en 2023 las ampliaron a doce). Conocidas y ampliamente aceptadas por la comunidad científica, son ahora el objetivo terapéutico para numerosos investigadores empeñados en ralentizar, detener o revertir el envejecimiento. No entramos a analizar dichas marcas ni las complejas estrategias para batallarlas. Lo que no impide ver qué se puede hacer desde el ámbito personal e institucional para mejorar la calidad de vida de quienes, como el buen vino, van envejeciendo en la barrica de su biografía. Porque el asunto es individual, sin duda, pero también de las instituciones (autoridades, organizaciones, medios, redes).

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Se envejece por un mandamiento biológico que entrecruza los códigos genéticos (herencia familiar) con factores ambientales (sociales, culturales, conductuales y psicológicos). Y también se envejece por un uso pobre o inadecuado de la compleja y maravillosa máquina que es el cuerpo humano. Me refiero al gobierno o gestión cotidiana del entramado neurológico, óseo y muscular de ese prodigio que desentrañaron Andrés Vesalio, Leonardo da Vinci y los frailes jerónimos anatomistas de Guadalupe.

Si se somete el cuerpo a la dictadura del sedentarismo llegará, irremediablemente, la ruina física e intelectual (cognitiva) del propietario. Es evidente la diferencia entre un caballero nonagenario, o señora, de un país anglosajón, nórdico, incluso de España, jugando al golf del camping, de su domicilio o del hotel donde pasa largas temporadas con su pareja —o solo, pero sin soledad— frente al anciano extremeño, andaluz o catalán de menos de setenta años quien, como el abuelo minero picador de Víctor Manuel, está sentado al sol con la boina calada hasta las cejas, la colilla del cigarro en los labios y el cayado o bastón donde se apoya el reloj del tiempo mientras pasa la vida, tan callando.

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La diferencia estriba en numerosos factores (económicos, educacionales, culturales) traducidos en una dieta diferente, distinta actividad corporal y desigual salud física e intelectual. Si se entendiera –desde el Estado hasta la familia– la importancia de la actividad física, siempre, en todas las edades, géneros, razas, ideologías y condiciones, pero, sobre todo, en la vejez, otro gallo cantaría a la salud global de la humanidad. Por actividad física entendemos cualquier clase de movimiento corporal que, por medio de las musculatura esquelética, consuma energía: algo es, siempre, mejor que nada. El ejercicio es una forma reglada y eficaz de actividad física: sus enemigos son el sedentarismo total en vigilia (nula actividad física), el estilo de vida sedentario (poca actividad física) y el comportamiento sedentario prolongado (televisión, ordenador, oficinas…). Un estilo de vida intermedio es la actividad física insuficiente: menos de 150-300 minutos a la semana de actividad moderada o intensa. El movimiento aeróbico (caminar, cinta, bicicleta, natación) debe complementarse con ejercicios de resistencia y fuerza muscular y de equilibrio en un conjunto de actividades que denominamos ejercicio multicomponente (el fisioterapeuta, o el monitor deportivo, indicará lo más conveniente al estado de salud y la biología).

Cifras impactantes reflejan el valor de la actividad física y del ejercicio para prevenir los problemas asociados a la edad provecta y evidencian el ahorro de medicación innecesaria (estatinas, analgésicos, hipnóticos, ansiolíticos, esteroides, incretinas antiobesidad) y el alivio de los efectos adversos de la onerosa polifarmacia de los veteranos. A la economía mundial le cuesta 50.000 millones de dólares anuales el gasto generado por la inactividad física. Que no es una enfermedad, sino un (mal) estilo de vida. Cicerón, en 'De senectute', dijo por boca de Catón el viejo: «Con el mismo ahínco que se lucha contra la enfermedad, se debe luchar contra la vejez».

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