Hace un par de semanas concluyeron los carnavales más multitudinarios y de efectos colaterales más deplorables jamás acaecidos, que a lo largo de diez días ... sacudieron Badajoz y durante los cuales los carnavaleros hacen suya la ciudad de modo invasivo. En los oídos, las narices y los sentimientos del casco antiguo aún perdura su eco.
El acontecimiento ofrece dos aspectos ante los que la opinión pública manifiesta criterios contrapuestos.
Por un lado el animado carnaval de las murgas de agudo ingenio, comparsas y grupos con sofisticados atuendos, complejos artefactos, y gente disfrazada por libre; la celebración multicolor que cierra un espectacular desfile de larga duración que merecidamente ostenta rango de Fiesta de Interés Turístico Internacional y hace de Badajoz referente de alcance en los festejos de su tipo.
Por otro, con su pretexto, lo que bajo el apelativo inmerecido de carnaval no es sino un gran botellón de bebedores y alborotadores descontrolados que emporcan la población desluciendo la fiesta con sus desmanes.
Los que defienden el carnaval lo hacen en consideración al primer aspecto, resaltando su carácter de celebración popular de fuerte arraigo, vistosidad, y beneficios que la afluencia masiva de forasteros aporta al comercio, hostelería y promoción de la ciudad.
Sin desestimar tales extremos, quienes lo repudian resaltan su condición escandalosa y los excesos que durante dos semanas ininterrumpidas perturban el sosiego de amplios sectores de la población, cuyos portales y zaguanes son asaltados para utilizarlos como evacuatorio y otras practicas reprobables, y el interior de los hogares invadido por el estruendo callejero, música a volumen ensordecedor, tambores insoportables redoblando sin parar bajo sus ventanas, y otras molestias y perjuicios. Muchos domicilios deben atrincherarse con puertas dobles y refuerzos de seguridad, o ser abandonados. A lo que se suman las calles y plazas convertidas en estercoleros que desdicen el civismo de una población.
Con argumentación maniquea, los defensores del carnaval replican a quienes lo repudian que si no les gusta no participen. Pero la afirmación es falaz, pues aunque no lo hagan el carnaval se les mete en casa a la fuerza contra su voluntad, sin posibilidad de esquivar sus inconvenientes si no es abandonándolas. Como réplica los afectados dicen que las imágenes que manifiestan la invasión y degradación de los espacios públicos y privados durante el festejo deben ser expuestas también en Fitur para ofrecer una imagen completa del espectáculo y colgadas junto a los gorros en el Museo del Carnaval.
En este marco, junto al brillante de las comparsas el día de la cabalgata, otro desfile, más discreto y menos vistoso, pero no menos decisivo como parte de la fiesta, es el de las abnegadas brigadas de un servicio de limpieza perfectamente organizado, que con su admirable esfuerzo devuelve a la ciudad la dignidad de lugar civilizado, a la mañana siguiente de las basuras, las borracheras y los vómitos.
Ellos sí que merecen una placa.
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