Badajoz es una ciudad clave para la historia de España. Y de Portugal. Y de Europa. Y de América, pues en todos esos escenarios representa ... un papel fundamental. Por su condición de plaza fuerte fronteriza crítica, y estratégica situación a mitad de camino entre Madrid y Lisboa, casi todos los reyes hispanos y lusos han estado en Badajoz de paso al otro país o para diversas celebraciones, habiendo sido igualmente sede de bodas regias, y decisivos contactos diplomáticos, hechos, militares, científicos, y de otro tipo.
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En su apretada historia se relacionó con los monarcas más relevantes. En los siglos XI y XII contó con los mejores de la España musulmana, como Ibn Marwan, Sapur o Al-Muddaffar. En el XIII Alfonso IX de León la incorporó a la cristiandad con categoría de Ciudad de Realengo. Alfonso X le confirió el título de Muy Noble y Muy Leal. La reina María de Molina lo libró varias veces de pasar a manos de Portugal, y otros monarcas le concedieron ventajosos privilegios para asegurar su respaldo, siempre decisivo por su valor como llave de la frontera.
Por recordar algunos episodios sobresalientes, en Badajoz se firmó en 1267 el tratado que otorgó la independencia a Portugal. Casó en 1383 el rey de Castilla Juan I con la infanta Beatriz, hija de Fernando I de Portugal; enlace que originó al poco el desastre de Aljubarrota y la ocupación de la ciudad por los portugueses. O permaneció siete meses Felipe II en 1580 cuando la incorporación de Portugal a la Corona de España, y murió de gripe la reina Ana de Austria. También estuvo varias semanas Felipe V en 1729 con ocasión del enlace de su hijo, el futuro Fernando VI, con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal. Y Carlos IV en 1796 y 1801 para firmar el Tratado de Badajoz que puso fin a la Guerra de las Naranjas, por el que España recuperó Olivenza, perdida en 1297 con el Tratado de Alcañices.
En el terreno militar fue bastión decisivo en conflictos como la Guerra de Restauración del siglo XVII, con la que Portugal se escindió de España; Sucesión, a principios del XVIII; o de la Independencia en el XIX. Y en el científico, marco de acontecimientos de tanta repercusión universal como la Junta de Geógrafos que en 1524 redefinió el Tratado de Tordesillas para repartir el mundo entre España y Portugal.
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Estas son algunas de las razones que justifican la celebración del Día de Badajoz, acto que con ocasión de la exaltación al trono de un nuevo monarca, u otros motivos, se celebraba en el pasado como una de las más sonadas de la ciudad alzando arcos de triunfo en las calles y plazas, engalanando las casas, luciendo luminarias en la catedral y casa consistorial, y desarrollando lucidas actividades que se enfatizaban con el ondear del pendón real y la celebración de festejos populares.
La ceremonia de alzar el pendón, que resultaba la principal, era espectacular. Portado por el alcalde a caballo, con el Ayuntamiento en pleno, maceros, músicos, instituciones religiosas, militares y civiles; nobles, hermandades, gremios, cofradías, y todo el vecindario, tras recorrer las calles en lucida comitiva llegaba a la Plaza Alta donde, desde un engalanado estrado, el regidor tremolaba el gran estandarte carmesí mientras el alguacil mayor gritaba tres veces: «¡Oid, oid, oid!». «¡Badajoz por el rey!». Y la concurrencia respondía: «¡Badajoz por el rey!». Los cronistas daban fe del acontecimiento y lo consignaban en los anales.
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Hoy, cuando Badajoz es una ciudad moderna y pujante, pero entroncada en sus raíces, tras un tiempo sin celebrarse, el Ayuntamiento ha tenido el acierto de recuperar el Día de Badajoz como afirmación de su identidad, y celebrarlo con toda solemnidad.
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