Según un reciente estudio, el 70% de las personas que utilizan la inteligencia artificial la saludan al empezar y, tras pedir «por favor», suelen despedirse ... más de lo que se despiden de sus compañeros de trabajo. Tanta amabilidad en esta sociedad donde, últimamente, la cortesía parece casi una pieza de museo, resulta, como poco, inquietante.
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¿Queremos más a nuestras máquinas que al vecino? ¿Desplegamos nuestras habilidades sociales en privado y nos avergonzamos de hacerlo en público? Los mismos estudiosos están tratando de dilucidar a santo de qué tanta cordialidad con la 'Siri' y tan poca con la parienta-barra-pariente-
Algunos explican este fenómeno semi-onanista en base a la costumbre. Permítanme dudarlo. Nos hemos desacostumbrado tanto a los modales que si pedimos un café con «querría» o «podría ponerme» igual terminamos teniendo que tomar el vermú.
Otros aluden a su posible mejor funcionamiento, aunque, en general, se considera que, en principio, un ChatGPT ni siente ni padece. Vamos, como Trump, pero con más coherencia.
Y luego están los previsores. «Mi hijo dice que es amable para que no le mate la IA cuando tome el poder», leí hace poco. Un visionario el niño, aunque alrededor del 18% de los usuarios corteses confiesa temer una futura insurrección de las máquinas y actuar así a modo de póliza de seguro.
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Servidora, sin embargo, cree que podría haber otras razones. Teniendo en cuenta cómo vamos deteriorando la convivencia social a la par que incrementamos la idolatría por nuestros perros, creo que estamos asistiendo a un proceso de mascotizacion de los dispositivos. Tampoco es tan descabellado. Si hablamos al chucho que, a saber, solo entiende unas cuantas de nuestras palabras aun siendo que nosotros somos incapaces de entender ninguno de sus ladridos –lo cual, bien mirado, le convierte en superiores en la escala del poliglotismo– cómo no dialogar con un programa que hasta nos contesta. Es verdad que no solemos hablar a la aspiradora o los semáforos –o sí–, pero cuando, como servidora, una se ha pasado casi cuarenta años hablando a adolescentes, la cara de interés de mi perro ya me gratificaba, así que imagínense cuando el ordenador me responde incluso con inteligencia. Me dan ganas de jurarle amor eterno.
Con ánimo de investigación empírica, recientemente lancé un improperio al Google de mi automóvil a lo cual respondió «no hace falta perder las buenas formas». Me sentí tan avergonzada que le pedí perdón. Su repuesta: «Errar es humano. Si aprendes de tus errores, llegarás lejos». Estuve a punto de decirle que yo con llegar a Salamanca me conformaba, pero decidí programarlo a mano, no fuese a enfadarse y acabásemos en Murcia.
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Lo último es una app que recupera conversaciones –en vida– de los difuntos, que ya es triste que algunos esperen a que las personas desaparezcan para pasarse el día hablando con ellas. Eso sí, seguramente, lo harán con más educación de la que acaso nunca le dedicaron, no vaya a enfadarse la aplicación.
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