Así hemos narrado la manita del Barça al Valencia

Hubo una época feliz en la que el verano significaba paz y relajación informativa y lo más emocionante que vivíamos era el desahucio de Chanquete o el duelo entre Villaconejos y Villapene alentados por un Ramón García sin canas y a lo loco.

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Sin embargo, ... últimamente, las cosas no son lo que eran. Una elucubra pensando que las desgracias veranean al unísono de nuestros biorritmos estivales, pero es mirar el móvil y el verano deja de ser azul para llenarse de galernas y nubarrones.

Este ha sido un verano olímpico y, como tal, repleto de deportes complementarios y atletas con michelines, remedos de aquellos que vimos navegar por el Sena a medio desinfectar.

Julio comenzó con Francia practicando surf electoral: intentando esquivar la ola de ultraderecha, formaron tal batiburrillo de equipos que aún asisten a una marejada política que obstaculiza cualquier adjudicación de medalla gubernamental. Por su parte, Gran Bretaña votó izquierda –la suya, que tampoco sabemos cuál es– respetando su ancestral costumbre de llevar siempre la contraria.

Tuvimos tiro, concretamente a Trump, quien, tras el balazo, se levantó invocando otra disciplina olímpica «fight» –lucha– y cuya oreja sangrante rememoró a Van Gogh aún más de lo que su estado mental suele hacerlo. Biden, en situación paralímpica, dejó paso a Kamala Harris, que, en un doble tirabuzón –mujer y negra–, está protagonizando una escalada que ya hubiese querido nuestro Alberto Ginés.

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Ganamos la Eurocopa gracias a una selección interracial y, por unos días, parecíamos un país curado del racismo. Pero, olvidada la efervescencia del fútbol, nuestros políticos han pasado el verano jugando un pin-pon macabro con los desvalidos seres humanos que han llenado nuestras costas huyendo de la miseria.

España fue oro en marcha. Quizás, por una confusión del término –buscando marcha, pero de la otra– tuvimos avalancha turística. En Galicia, hartos de domingueros estivales, un bar vetó a los «fodechinchos», referido a aquellos turistas prepotentes que van practicando el boxeo verbal y la halterofilia de monumentos.

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En el panorama internacional, Netanyahu continuó saltando con pértiga sobre los derechos humanos; en la esgrima contra Rusia, Ucrania empezó a manejar el florete y, en Venezuela, Maduro practica su balonmano particular: agarrar la pelota y no tener intención de soltarla.

Aquí, el juez Peinado sigue marcándose un triple, a ver si de alguna manera cuela lo de Begoña; Óscar Puente practica puenting, es decir, pasa olímpicamente de los afectados por el caos ferroviario y Puigdemont fue campeón de triathlon: apareció nadando –nada por aquí, nada por allí–, pedaleó rodeado de sus gregarios, subió al podio y salió corriendo.

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El Gobierno adoptó la nueva disciplina, el «breaking» –break, «romper» en inglés–, consistente en un reto de baile con Cataluña, cuya música desembocó en un concierto –o desconcierto– fiscal también nuevo y rompedor, sobre todo de la igualdad territorial.

Y el resto de los mortales retomamos la lucha diaria, remando como podemos y conformándonos, si nos dejan, con el bronce de vivir tranquilos.

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