
Público versus privado
En privado, alguien, generalmente un chorizo, nos está robando el jamón del caldo
Ana Zafra
Lunes, 7 de abril 2025, 07:33
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Ana Zafra
Lunes, 7 de abril 2025, 07:33
Empecemos con rigor académico: la Real Academia define «Público» como «accesible a todos» y «Privado» como aquello «que se ejecuta a vista de pocos». Igual ... por eso, ya desde los propios términos, hemos acabado relacionando lo segundo con lo personal y cargándolo de cariño mientras que lo primero nos suena a jarana y populacho y, por ende, a vulgar y denigrable.
Así, a fuerza de no tener dueño «tangible» o un padre a quien parecerse, lo público, se nos antoja huérfano, que no es de nadie, a pesar de que la misma Academia también lo defina como «perteneciente o relativo al Estado» que, nos guste o no, somos todos.
Por eso se inventó el «estado del bienestar», ese paraguas con el que, gestionando nuestros impuestos, el Estado se compromete «desinteresadamente» a protegernos. «Desinteresadamente» entre comillas. No olvidemos que no fue por justicia social por lo que la clase pudiente decimonónica apostó por cuidar su mano de obra, sino porque se dieron cuenta de que, a la larga, salía más rentable tener trabajadores mejor formados, más sanos, más entretenidos y que pudieran acudir a trabajar más fácilmente.
El siglo pasado, esa bolsa, rellena con gotitas de sudor obrero, constituyó un ascensor social de la que nos beneficiamos una generación nacida de hijos de la posguerra con médicos cercanos, bibliotecas públicas o siendo los primeros en ir a la universidad.
Dimos por hecho que ese bienestar era una conquista inamovible. Y empezamos a denostarlo. Siempre habría un 'papá Estado' que procurase lentejas para todos. Claro que unas legumbres no eran la excelencia. Y nos fuimos –o nos fueron– convenciendo de que una autopista con peaje, por fuerza, sería más rápida; que nuestros hijos aprenderían mejor inglés en una academia que con un profesor licenciado y con oposición aprobada y que si queríamos un buen ginecólogo había que rascarse el bolsillo. Como si la construcción y mantenimiento de las carreteras, los colegios o los hospitales no nos hubiesen rascado el bolsillo ya.
Un espectáculo gratuito no puede ser interesante; un museo, como está ahí, ya tendremos tiempo de valorarlo; asumimos que, mande quien mande, la tele pública estará politizada y tampoco parece importarnos que quien gestione la Educación o la Sanidad sean tecnócratas que no hayan manipulado sangre o tocado tiza en su vida. Tildamos a los funcionarios de vagos por definición, aunque si –como ahora Trump– prescindiésemos de ellos, la maquinaria estatal se paralizaría. Sin vacunas gratuitas ni medicina universal las enfermedades se extenderían, incluso entre los ricos. Sin una buena educación un país nunca progresaría y se volvería lóbrego e inseguro. Y sin una universidad que favoreciese que hasta los más desfavorecidos pudiesen investigar quizás nunca encontraríamos la cura de esa enfermedad ante cuya amenaza nadie estamos exentos.
Y es que, aunque todavía queden lentejas en la olla estatal, cada vez nos las van sirviendo más aguadas. En privado, alguien, generalmente un chorizo, nos está robando el jamón del caldo.
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