¿Y no será que…?
Vimos a un juez interrogando a la –de momento, presunta– víctima con un tono hostil y humillante
Ana Zafra
Lunes, 27 de enero 2025, 07:37
Secciones
Servicios
Destacamos
Ana Zafra
Lunes, 27 de enero 2025, 07:37
Imaginemos una situación. Un amigo reciente te invita a casa. Aceptas con el ánimo de pasar un merecido buen rato. Llegas a mediodía y encuentras una mesa llena de aperitivos estupendos que, entre vino y vino, degustas con la fruición propia de las dos de ... la tarde. Antes que tu amigo sirva el primer plato, ya te declaras prácticamente incapaz de comer más, pero él, que ha pasado la mañana cocinando, no va a rendirse. Aparece lo que intuyes un cocido completo, apenas distinguible bajo la película de grasa que flota en la superficie. Tu estómago, casi lleno, empieza a dar señales de alarma ante tan poco apetitoso manjar, pero él insiste en que pruebes –y loes– su maestría culinaria. Tras garbanzos, tocino y demás 'adláteres', tú, aunque has dicho «no» a cada plato, sintiéndote casi coaccionado, has terminado probando hasta un postre con más azúcar que los telefilmes de las cuatro.
Esa tarde llegas a temer un desenlace fatal pues tu cuerpo, aquejado de un malestar incapacitante, sufre toda clase de accidentes escatológicos innecesarios de mencionar.
Tiempo después, oyes que el susodicho tiene por costumbre invitar al primero que encuentra con idea de disfrutar demostrando sus 'artes' gastronómicas.
Te planteas denunciarlo por un delito contra la salud pública y, puestos a imaginar, inventémonos un hipotético interrogatorio del juez: «¿Tenía usted alguna animadversión previa contra su amigo?, ¿qué buscaba quedando con él?, ¿por qué no denunció antes?, ¿no será que, como no le dio la receta, usted se ha enfadado?, ¿para qué sacó el cucharón de servir? Pero ¿usted dijo que no quería más? Entonces, ¿por qué chupó los huesos del pollo?».
¿Cómo se sentiría cualquiera si, además, siendo interrumpido constantemente, ha de «detallarle» intimidades tales como sus visitas al retrete? Si, unido al malestar que aún le invade al recordarlo, creyese que, por aburrimiento o fetichismo, por presumir o fastidiar, fue objeto de escarnio. Si, además, parece ser él el juzgado por haber tenido hambre.
Perdonen la frivolidad. Esta tontería no es ni remotamente comparable con el interrogatorio al que asistimos la semana pasada en el caso por denuncia de agresión sexual contra Iñigo Errejón.
Vimos a un juez interrogando a la –de momento, presunta– víctima con un tono hostil y humillante. Vimos a una mujer, que se ha atrevido a contar algo muy íntimo –que, por cierto, nunca debió ser filtrado–, sintiéndose acusada y quebrándose. Vimos a un acusado, quien ha reconocido públicamente sus problemas con el sexo, creciéndose ante la actitud de compadreo del letrado. Escuchamos un lenguaje impropio y soez.
Servidora no presupone que cualquier mujer, por serlo, siempre ha de llevar razón. Sin embargo, por serlo, me ha dolido la actitud prepotente del juez Carretero porque es reflejo de una sociedad que aún culpa a la mujer de ser origen, casi bíblico, de todos los males del varón, mientras olvida que, de aquella manzana, Adán fue el que más parte terminó comiendo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.