Si algo nos enseñó el 2024, es que no estamos listos. No importa cuántos avances tecnológicos celebremos, cuántas promesas de sostenibilidad hagamos o cuántos discursos ... esperanzadores escuchemos, seguimos corriendo sin saber hacia dónde, al menos la mayor parte de nosotros. Entonces, ¿qué nos depara el 2025? Quizás más de lo mismo: caos, innovación, resistencia, pero también, potencial para algo más.

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El cambio de año no implica un milagro, nunca lo ha hecho, aunque nos empecinemos en crear fechas especiales a modo de hitos vitales. El cambio es un proceso que se realiza a diario, no un único evento, aunque estos puedan ser puntos cruciales a la hora de asentarnos en ese camino.

Las crisis climáticas forman parte de la actualidad, han provocado unas pérdidas personales y económicas devastadoras y lo más lógico es que empeoren cada temporada. El hecho de que 'dana' sea la palabra del año en España es una muestra de ese cambio que, aún hoy, encuentra negacionistas. La Tierra no espera y si continuamos ignorando las alarmas que nos lanza, pronto encontraremos un presente irreversible. La disyuntiva es: actuar con urgencia o seguir asumiendo las consecuencias.

La tecnología que promete salvarnos de tantas cosas, también nos controla y modifica nuestras acciones (dime que lo primero que haces al cabo del día no es mirar tu móvil). El auge de la inteligencia artificial y las realidades aumentadas no es solo una promesa de comodidad, también una amenaza a nuestras identidades, trabajos y autonomías. En 2025, veremos una escalada de debates sobre ética y regulación tecnológica y muy pronto tendremos que decidir si somos sus maestros o sus esclavos, porque dar la espalda a la innovación no es una opción.

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En la esfera política, la polarización continúa presente y es un obstáculo para el avance, que sólo aprovecha a unos pocos. Existe el peligro real de que el cinismo y la apatía se arraiguen. Necesitamos liderazgos valientes, pero también una ciudadanía activa y consciente, que no siempre es del gusto de los que mandan. Necesitamos una rebeldía basada en hechos, no en bulos. Necesitamos más que nunca una educación potente que nos convierta en ciudadanos de primera, no en meros espectadores.

En lo personal, 2025 es el año para redefinir cómo vivir nuestras vidas. La pandemia y las crisis posteriores nos han enseñado que el tiempo es frágil y precioso. Este es el momento para invertir en conexiones reales, cuestionar nuestras prioridades y abrazar tanto la incertidumbre como la posibilidad.

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Este será un año para cuestionar, construir y desafiar. No será perfecto, pero también puede ser el año, a través del proceso diario de cambio, en que decidamos, de una vez por todas, mirar de frente al caos y responder con acción. Porque si algo nos enseñó el 2024 es que no estamos listos, pero también nos enseñó que podemos estarlo: el 2025 está aquí. La pregunta no es si el año será diferente. La pregunta es si nosotros lo seremos.

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