He tardado muchos años en hacerme mi primer tatuaje, de hecho, creo que mi padre está recibiendo la noticia a través del periódico (me tiemblan las rodillas). He dicho primer tatuaje, no he dicho único, porque me han comentado que esto engancha y aunque no ... termino de creerlo, la edad me ha enseñado a no decir «de este agua no beberé».

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Todo comenzó hace un año, cuando le encargué a mi hija Julia un dibujo para hacer un sello de caucho, con el que firmar los ejemplares de 'El credo de los suicidas' (publicado con la Editora Regional de Extremadura) y me regaló una ilustración deliciosa, un 'alter ego' con un perfil hermoso, rizos y una serenidad impropia de mí. Me enamoré de esa imagen (como sucede con cada uno de los dibujos que me han dedicado a lo largo de mi vida). Entonces dije: esto me lo tatúo. Lo dije y seguramente lo publiqué, pero falló lo que me viene fallando casi siempre: capacidad para ejecutar mis decisiones, o lo que viene siendo lo mismo pasar del dicho al hecho. Sobrepienso y ese dar vueltas y vueltas a las cosas, tratar de verlas desde un prisma y otro, provoca que en muchos casos no lleve a efecto ni el cincuenta por ciento de las cosas que me propongo.

Conociéndome como me conoce, Julia decidió superar este escollo y reservó una cita para que dibujaran bajo mi piel, lo que lleva tiempo rondándome. Esa delicada imagen, soñadora y personal que me regaló. Me dijo: «El día de tu cumpleaños a las 13.00 horas en 'El avispero', ya he reservado y pagado, tú verás». Así que, aunque durante la semana la vida vino una vez más a mostrar su rostro exigente e imprevisible (mi otra hija fue ingresada con un cuadro de apendicitis y hubo que operarla), el viernes no falté a la cita y Ángel, así se llama el tatuador, hizo su trabajo. No me dolió, me reí bastante. Fue un gustazo verlo trabajar, con esa cabeza tintada mitad verde mitad negra, inclinando sobre mi antebrazo, con seguridad y desparpajo.

Durante estos días me he preguntado si de verdad me han tatuado o el tatuaje ya vivía en mí. Quiero decir, que tal vez sucede como decía el gran Miguel Ángel Buonarroti refiriéndose a su estatua de David, que siempre había estado bajo una pieza de mármol. Si fuera así, el perfil delicado una muñeca roja, existía y solo fue necesario remover un poco de piel con tinta para sacarla a la luz.

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Los tatuajes pueden ser un recordatorio, una reflexión, una reivindicación o una forma de afirmarse que necesitamos mostrar al mundo o, al menos, a nosotros mismos. Confieso que en otras ocasiones también he pensado que debería grabarme alguna palabra clave, o un reloj que siempre marque las cero horas, para recordar, como me dijo un buen amigo, que cada día puedo comenzar y reinventarme.

De momento, ya puedo decir como Cole Porter que te llevo bajo la piel, en lo profundo de mi corazón (busca la versión de Ella Fitzgerald y ponla).

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