La situación por la que atraviesan muchos habitantes de Valencia nos parece lejana. Aunque cierto es que ha inspirado una cercanía con sus habitantes, como ... muestran los más de 150 puntos de recogida de alimentos, ropa y fármacos con destino a aquellos pueblos. Pero incluso el propio fenómeno derivado de la alteración climática debería resultarnos más cercano, más preocupante. Tanto en la Comunidad Valenciana como en EXtremadura deberíamos comenzar a estar atentos y atentas a las DANAs que «nos vendrán» desde la tierra. Los suelos, como las aguas, ya están expulsando hacia arriba bocanadas de calentamiento origen de desastres naturales que, previsiblemente, nos visitarán cada vez de forma más recurrente.
Científicamente, las condiciones en la generación de una DANA son propias del arco mediterráneo. Lo que está ocurriendo, y nos está afectando también a Extremadura, es la constatación de unas temperaturas al alza que están pasando desapercibidas en conversaciones y grandes titulares. Los termómetros están llegando este otoño a los 28 y 35 grados en la región, apuntando a una subida según localidades de 2 a 4 grados por término medio en comparación con décadas precedentes. Esto ha supuesto para Valencia la transformación del mar mediterráneo en «gasolina» en la aceleración de danas cada vez más virulentas, según Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología.
En la región extremeña el alza de temperaturas se combina con otros factores que están restando al suelo esponjosidad, capacidad de retención de aguas y de carbono. Digamos que nuestras DANAs serán más secas y combinarán los efectos de sequías con las bruscas lluvias. Recordemos que hace un par de años la borrasca Efraín hundió varios tramos de carreteras extremeñas y obligó a cortar decenas de ellas. En un informe reciente, la dehesa extremeña ha sido señalada como uno de los grandes focos por donde avanza la desertificación en este país. Según señala Gabriel del Barrio, experto del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en la cuestión de zonas áridas, ello es debido a una intensificación de ciertas formas de agricultura, cada vez más demandantes de agua y más erosionadora del terreno por la acción de maquinarias y de químicos. Suelos que retienen menos agua, que acompañan una mayor evaporación desde los arroyos y un incremento de la evapotranspiración de las plantas, el agua que éstas dejan escapar. Estamos llenando los cielos con esa «gasolina» caliente que azuza danass en el cielo y erosiona la vida de nuestros suelos. La sequedad es también vector de enfermedades ganaderas. Mosquitos y garrapatas encuentran en ese aire más caliente un aliado para viajar desde otros continentes. Lluvias intensas combinadas con calor han afectado este año a la producción de fruta y de uva. Proliferan los ataques de hongos, las floraciones se ven maltratadas en comparación con décadas precedentes.
Miramos poco al suelo, no lo cuidamos. Y por eso han sido utilizadas zonas inundables como pasto para la especulación inmobiliaria. Un tercio de las viviendas que han sido golpeadas en Valencia son de construcción relativamente reciente, en concreto bajo la burbuja inmobiliaria que explosionó a finales de la década de 2010. Familias humildes que no encontraron alternativa en las cercanías de Valencia. Calles, carreteras y desviaciones han creado súbitamente sarcófagos de cemento y asfalto que impiden la infiltración o la retención de aguas. Por mucho que alguien se imagine diques de contención, a mayor construcción de infraestructuras estamos viendo repuestas más virulentas. El Ministerio para la Transición Ecológica califica con un alto riesgo de inundación la situación de 700.000 personas en este país. Diversas ciudades europeas, atravesadas por ríos como París, están ya adoptando planes para promover la permeabilidad de sus suelos e impulsar, mediante pliegos de compra, la implantación de economías circulares, más locales en el abastecimiento de alimentación y servicios, y por ello menos contribuyentes a nutrir los desastres climáticos.
¿Qué podemos hacer? No se trata de reinventar las migas o el arroz con leche. Basta con reconocer la situación de emergencia climática y actuar en dos direcciones: adaptación y relocalización económica para promover un menor calentamiento de mares y de suelos. Ya han sido testadas y evaluadas positivamente las propuestas por un urbanismo y una construcción de infraestructuras que garantice los drenajes urbanos, que restaure espacios fluviales y que promueva un suelo fértil capaz de absorber el agua de lluvias torrenciales y, de paso, nos beneficie con alimentos y prevenga la expansión de enfermedades. Para evitar más emisiones de gases de efecto invernadero sería muy razonable impulsar una alimentación sostenida por razas, variedades y producciones locales, las cuales han demostrado una mayor adaptación y regularidad de abastecimiento en medio de bruscas alteraciones climáticas. También fomentar la autonomía alimentaria de comarcas y la compra directa desde instituciones públicas para acompañar a la pequeña agricultura y, de paso, que pueda adoptar prácticas ecológicas, muchas de ellas milenarias en nuestra región como la fertilización orgánica o la adaptación de los cultivos a suelos más secos. La ganadería extensiva es la mejor acción de control de malezas y como freno de incendios, cada vez más significativos, de nuestros montes. La energía, como el agua, ha de estar accesible bajo formas municipales o comunitarias de abastecimiento.
Se trataría, por tanto, de mirar y mimar nuestros suelos, nuestros campos. Reducir la especulación del cemento y los químicos y hacer más vivos nuestros territorios. En definitiva, no vamos a poder cambiar los efectos inminentes del vuelco climático. Pero sí podemos preparar la casa para tiempos inciertos. En Extremadura tenemos que decidir entre economías que apuestan por convivir con el territorio o por economías y proyectos extractivos que acabarán por encender los suelos y provocar danass que harán cada vez más frágiles nuestras vidas.
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