El año 2024 terminó con una larga retahíla de datos que nos hablan de las vulnerabilidades a las que está sometida la agroganadería extremeña. En ... diciembre se publicaba la intención de la Junta de Extremadura de aplicar un programa de actuaciones en zonas consideradas «vulnerables» debido a los nitratos que proceden de la agricultura y la ganadería. La orden mencionaba particularmente las comarcas donde predomina un manejo intensivo, rico en químicos pero empobrecedor en lo que se refiere a fertilidad de suelos, ríos y aguas subterráneas. Ahí entran las Vegas Bajas, Tierra de Barros y la zona regable del canal del Zújar. Pero nos tememos que irán entrando zonas en el norte de Cáceres, donde algunos estudios, no muy aireados públicamente, apuntan a un crecimiento de las concentraciones, que se acercan a los 37,5 miligramos por litro, límite para aguas subterráneas. En Extremadura se calcula que el 17% de estas aguas subterráneas se consideran ya contaminadas.
En octubre la totalidad de la región de Extremadura se declaraba «zona restringida» debido al avance de diferentes serotipos del virus causante de la lengua azul. Han sido miles de cabezas sacrificadas en cerca de 1.000 focos detectados en nuestra comunidad autónoma. Vacunas gratis y subvenciones que como muchas veces, llegarán tarde y con cuentagotas. Avanza la inmunidad pero también lo hacen nuevas cepas dispuestas a saltarse estas restricciones.
A ello se suman los problemas del sector que asaltaron los noticieros y las redes virtuales desde los primeros meses del año pasado. En nuestras sociedades hiperconsumistas la alimentación no está reconocida en la práctica como un sector estratégico. Las políticas públicas no dan tregua a las pequeñas iniciativas del campo extremeño, y menos aún los mercados globalizados: menores márgenes frente a la gran distribución lo que ocasiona un abandono de las producciones de menos de 5 hectáreas (en torno al 15% en los últimos diez años); cierre de pequeñas ganaderías, queserías e inexistencia de mataderos cercanos y accesibles (móviles por ejemplo, como en Galicia); dificultades para el sector exportador e intensivo como consecuencia del alza de los precios del petróleo que encarecen el uso de químicos y el transporte; nuevos pactos comerciales negativos para el sector agroganadero (UE-Mercosur), a la par que se lleva a cabo la deslocalización de grandes empresas, de capital español en muchos casos (que aterriza en Marruecos, Túnez, Sudáfrica), lo que contribuye en especial a desmantelar el tejido productivo más familiar, más pegado al territorio.
A esta Extremadura vulnerable se le está ofreciendo como alternativa la producción superintensiva. La crisis especulativa de 2008 marcó un punto de inflexión para los grandes fondos de inversión. Del sector inmobiliario pasaron a aterrizar en el alimentario. Se come y se intentará seguir comiendo tres días. Por ello son apetecibles las tierras extremeñas. En el terreno agrario, el olivar, el almendro, así como el pistacho y algunas maderas nobles son objeto de atención de estos fondos. Ven en ellos una «moneda verde» con la que comerciar en el extranjero: se puede acumular a bajo coste, es transportable y vendible por diversos rincones del mundo y, en concreto, es atractiva para los mercados estadounidenses. No importa mucho si la tierra quedará contaminada y será poco rentable en, a lo sumo, un par de décadas. Ni tampoco que se perderá la economía local ligada a mano de obra temporal, servicios que se facilitan en los pueblos y posibles demandas de transformación y venta directa de este producto desde cooperativas de la zona. Este foco de «vulnerabilidad» comienza a extenderse desde el Alagón, Arañuelo, Tiétar y Valle del Guadiana. En ganadería, tres cuartas partes aún se manejan en extensivo. Pero aumentan las concesiones de grandes granjas, la intensificación avanza y con ella los nitratos que se acumulan en arroyos y pantanos para el agua de boca. Un sector que abunda en la concepción de Extremadura como «campamento minero»: está en esta tierra, pero rápidamente se saca fuera para que se transforme en otros lugares, sean Salamanca, Huelva, Madrid o zonas de Cataluña.
¿Es posible salir de estas vulnerabilidades? En el medio plazo Extremadura debería rechazar ese papel de suministrador barato de materias primas para grandes corporaciones que cuidarán poco del porvenir de este territorio. En el corto plazo, y pensando en la pequeña producción, son instrumentos que ya están en marcha en otras regiones. ¿Cuáles? Comencemos por no facilitarle el terreno especulativo y cortoplacista de las producciones superintensivas: limitar el número de plantas o de cabezas de ganado por hectárea o superficie, rescindir cualquier subvención a este tipo de producción, evaluar y hacer pagar los costes de la contaminación y de la apropiación a bajo coste de bienes como el agua o tierras fértiles. Continuemos con pactos de transición (relocalización, sostenibilidad) que garanticen una rentabilidad al pequeño sector: rentas rurales directas para las producciones más sostenibles y que generan más empleo; pago de servicios ecosistémicos y acceso gratuito a fitosanitarios o vacunas necesarios; acompañamiento técnico para la pequeña producción, etcétera. Y en cuanto los mercados, reconocer el sector alimentario como estratégico: derecho y agendas de apoyo reales para producir de forma respetuosa con la salud de las personas y de los ecosistemas de nuestra región; vigilar que no pueda venderse por debajo de costes; desarrollo de una compra pública que haga que hospitales, escuelas y centros de mayores se nutran de productos de aquí y que sean sanos para el territorio en su conjunto.
No queremos irnos a otro lugar. Tenemos que avanzar en la producción viable y sana de alimentos para las personas, para nuestra región. Solo así será posible, además, enfrentar otros temas como los relevos generacionales, el despoblamiento rural, las inevitables adaptaciones al cambio climático y a la constante subida de los derivados del petróleo. Hay margen: ¿hay voluntades, conciencia de estos retos?
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