La floración de los cerezos del Valle del Jerte viene como un «fogonazo». Así me lo describía hace unos días un paisano que observaba como, ... tras apenas dos días sin lluvia y cierto repunte de las temperaturas mínimas, los «botones» (las yemas) se abrían, dando paso a la apreciada flor. La rapidez de esta primavera concentra la foto de este Valle «nevado» en apenas una semana. Hay más igualdad entre las zonas de valle y las de ladera a la hora de ver cómo se extiende el manto blanco. Es la alegría para turistas que pasan en estos días por el pico de floración. Primaveras rápidas equivalen a ventanas turísticas más estrechas.
¿Y cómo afecta esto a la agricultura? Junto con los pétalos blanquísimos anunciando el posible fruto llegarán los ansiados polinizadores, diversos insectos, particularmente abejas. También volverá la inestabilidad meteorológica. Agricultores y agricultoras irán observando el cuajado del fruto. Si vuelve una fuerte lluvia, un viento, incluso una nevada, la polinización no será buena. Se resentirá la cosecha. En general, una primavera 'rápida' no es buena, no es el mejor de los anuncios para la producción hortofrutícola. Han sido meses de mucho paraguas, que ha empapado la tierra para bien. Pero si de la agricultura del paraguas pasamos súbitamente a una agricultura que precisa de parasoles para proteger a personas y plantas nos enfrentaremos a diversos riesgos. Los calores tempranos alimentan el fogonazo de hongos, como ha ocurrido en años anteriores. También la tierra se airea y se seca aceleradamente. La zona menos profunda y más fértil situada a medio metro de la superficie perderá la humedad acumulada en apenas ocho o diez semanas. Lluvias copiosas y continuadas hacen posponer o llegan a impedir labores de poda, de injertera o de estercolamiento. No es que no llueva a gusto de todos. Es que el cambio en el régimen de lluvias va a traer un ajuste a la hora de decidir qué cultivamos, cómo cultivamos, qué variedades (quizás las tradicionales) son más resistentes frente a estos cambios bruscos. Esto lo cambia todo es un libro que escribió la escritora norteamericana Naomi Klein a propósito de este vuelco climático.
¿Serán estas primaveras rápidas el signo de nuestra nueva «normalidad climática»? De haber nacido bajo este período histórico de fuertes cambios climáticos, a Vivaldi no le hubiera quedado otra que componer una sinfonía de dos estaciones, en lugar de las cuatro estaciones que nos terminó regalando. Aún es pronto para saber dónde se detienen estos cambios, cuál es el nuevo punto de estabilidad que alcanza el régimen de lluvias mediterráneo. Pero paisanos y paisanas por estas comarcas del norte de Extremadura constatan que se han desplazado las lluvias hacia el final del invierno, que se han vuelto más intensas y que aparecen los fríos a partir de febrero, no en diciembre. Las heladas son necesarias en la fruticultura. Hacen dormir y descansar mejor a los árboles de hoja caduca, como los cerezos, los manzanos o los ciruelos. Ahora escasean estos antaño rutinarios fríos. Lo que sí ha aparecido tardíamente, y se agradece, son las nieves poblando las sierras, que aún se ve en estos días. Son la base de neveros que garantizarán el relleno de acuíferos, que irán soltando agua más lentamente por los arroyos. Y para quien nos visite se llevará la alegría de una estampa de contrastes verdes, blandos y azules.
Vivimos tiempos demasiado rápidos. En el corto plazo parece que sí, que también las primaveras serán más cortas y de manifestaciones más intensas en la región mediterránea, de fuertes precipitaciones, seguidas de fuertes calores. ¿Estamos «robando el agua a Irlanda del Norte» como decía una comentarista de noticias internacionales a propósito del marzo especialmente pasado por agua? Sí en el corto plazo, pero el largo plazo podría incluso variar. Y pasar de primaveras rápidas a tener inviernos mucho más prolongados. No hay certezas, pero el colapso de los glaciares podría hacer disminuir drásticamente las temperaturas de los océanos. Y con ello alterar la circulación de las aguas. En concreto, la corriente que cruza el océano Atlántico se podría ralentizar y con ello hacer que Norteamérica y Europa tengan temperaturas más invernales, más «acordes» con su latitud.
Deberíamos prepararnos para una agricultura que entienda de adaptación a las nuevas condiciones climáticas, de variedades de plantas y de razas menos demandantes de recursos químicos y de agua, de tratamientos y comercializaciones que no requieran gran cantidad de petróleo, también en alza en lo que a precios se refiere debido a su previsible escasez en los próximos lustros. El cambio climático augura cambios en nuestra forma de entender cómo se producen los fenómenos naturales, cómo se producen los propios alimentos, cómo habitamos este planeta y esta tierra extremeña después de 12.000 años manteniendo diálogos más o menos estables con la naturaleza. Mientras tanto, disfrutemos de estas pocas semanas aún verdaderamente primaverales.
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