Desde el 7 de octubre hasta el 17 de diciembre los amantes del género poético tenemos la oportunidad de disfrutar, en la Biblioteca Nacional de España, de una interesante exposición que celebra el 75 aniversario del Premio Adonáis. Merece la pena acercarse a la Sala ... de Guillotinas y realizar un recorrido por la historia del premio literario más longevo de nuestro país, que incluye en su nómina de ganadores y de accésits a muchos de los poetas más destacados del panorama literario. Los nombres van desde 1943, en plena posguerra, hasta nuestros días. Explorar las obras que han obtenido este galardón supone ir pasando algunas de las mejores páginas de nuestra poesía y recorrer las diferentes escuelas y estilos que se han sucedido en lengua española a lo largo de estos 75 años.
El viernes, 15 de octubre, se cerró el plazo de recepción de originales para la convocatoria número 75 de 2021. Las bases del premio, que tantos poetas hemos leído con atención para enviar nuestros trabajos de manera correcta, mantienen algunas de sus señas de identidad, como el requisito obligatorio de ser menor de 35 años para poder presentarse, o una extensión que no resulta excesiva (entre quinientos y ochocientos versos). Los libros intonsos de Rialp siguen conservando el aspecto de siempre, con su pequeño formato, su color sepia y la imagen del mancebo de espaldas que sostiene una vara florida y una corona de laurel, obra del pintor sevillano José Martínez Cid. La pintura sería convertida más tarde en la estatuilla de Venancio Blanco que reciben los premiados. El único requisito que parece haber cambiado es la admisión de originales por vía electrónica, lo que resulta más sostenible y facilita la tarea a los concursantes.
Aparentemente la colección está detenida en el tiempo. Sin embargo, el interior de los libros da cuenta de la evolución del género lírico década tras década. Basta con abrir la última entrega, Toda la violencia, de Abraham Guerrero Tenorio, para toparse con los temas de nuestro tiempo abordados con un lenguaje que también reconocemos como actual.
La exposición organizada por Carmelo Guillén Acosta, director de la colección desde 2003 y presidente del jurado, realiza un recorrido histórico y se detiene en los nombres más representativos, entre los que se destaca la figura de Francisco Brines, ganador en 1959 con un poemario imprescindible para la poesía del siglo XX: Las brasas. Los distintos jurados del Adonáis pueden felicitarse por haber detectado algunos de los poemarios más interesantes de la generación del 50. Además de Las brasas, en los cincuenta fueron premiados Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez; A modo de esperanza, de José Ángel Valente y Áspero mundo, de Ángel González, este último con un accésit. Sin duda, esta década es la de mayor esplendor del premio, por la razón que apunta Ángel L. Prieto de Paula: El Adonáis era casi el único galardón importante en un panorama cultural desolador. En esos años el premio consiguió erigirse en el más codiciado por los poetas de toda la geografía española, que lo veían como un trampolín para dar a conocer sus trabajos en el centro cultural que representaba Madrid. A partir de la década de los sesenta el panorama literario se diversifica y otros premios y editoriales acompañan en relevancia al Adonáis.
No obstante, el viejo premio nunca ha perdido su prestigio y ha ofrecido pruebas de vitalidad a través de nombres imprescindibles: Antonio Gala, Félix Grande, Juan Van-Halen, Ángel García López, Eloy Sánchez Rosillo, Pureza Canelo, Blanca Andreu, Luis García Montero, Basilio Sánchez, Amalia Iglesias, Juan Carlos Mestre, Diego Doncel, María Luisa Mora, Ana Merino, Antonio Lucas, Raquel Lanseros, Daniel Casado, Mario Lourtau y un largo etc. Pese a los muchos aciertos, los jurados también han pasado por alto a autores que luego han resultado de primer orden, como Blas de Otero o Pere Gimferrer.
Todas estas vicisitudes hablan de un premio en apariencia limpio, con sus errores y sus aciertos, que intenta mantener la independencia. Y esto es mucho decir en el ámbito de los certámenes literarios, en el que las sospechas se ciernen sobre algunas editoriales y algunos jurados. Alegra constatar que, en el caso del premio Adonáis, son muchos los poetas que pueden dar fe de haber obtenido el galardón cuando eran unos completos desconocidos y residían en zonas alejadas de los focos tradicionales de influencia, como Madrid o Barcelona.
Si las sospechas de corrupción desprestigian los premios y desaniman a quienes participan de forma honrada, podemos afirmar que el premio Adonáis ha actuado a lo largo de los años como revulsivo, impulsando a muchos autores a escribir y a enviar sus obras con la esperanza de que estas iban a ser tratadas de manera justa. El respaldo de un jurado de prestigio, cuando realiza su trabajo con honestidad, ratifica la calidad de la obra y además sirve de orientación a los posibles lectores.
Necesitamos, pues, que el vetusto Adonáis, uno de nuestros galardones más preciados, siga esforzándose en dar ejemplo de buen hacer y en demostrar que ser importante no está reñido con ser honrado. Desde Extremadura, donde el premio ha recaído en múltiples ocasiones, envío mi felicitación y mis deseos de continuidad.
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