Son las 8 de la mañana. El viento sopla y una fuerte lluvia se estrella contra la ventana. Cae sobre mojado y Jana, esta nueva ... dana que estaba prevista que entrara durante la noche, ha querido retrasarse unas horas en tierras portuguesas, tal vez allí haya dejado la música que acompasa las suaves gotas, para con toda su ira despertar a las palomas que revolotean aturdidas en la plaza. Chirrían los columpios mecidos por el viento, mientras los niños duermen en sus cunas soñando un mañana. Penetro en el ágora que me brinda este nuevo día, pensando, que la lluvia cese y el sol vuelva a brillar como la primavera que se avecina, para dejar constancia del previsto dulce y cálido soñado entre las sábanas. Pero hay una rutina de sábado mañanero, de barrio donde cada mañana los vecinos se saludan, toman café y comen churros, algunos enfangados en sus miserias y otros divertidos y dicharacheros con cuantos se encuentran en su camino.

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–«Buenos días Sole. ¿Cómo está hoy tu madre?». –«Buenos días Isabel. ¿Qué tal? ¿Cómo sigue tu padre?». –«Buenos días Eva. La gente se ha levantado hoy tarde. Ponme churros y un café americano». El móvil sobre la mesa. La noticia del día salta tan exultante que amenaza con derramar el café y espachurrar los churros sobre el plato: «Ocho mujeres que abren camino». Cada una cuenta sus andanzas en defensa de sus derechos sobre la igualdad. Ahora lo entiendo. Las calles se llenaran de pancartas y altavoces. Es el Día de la Mujer. De todas. De Sole que cuida a su madre. De Isabel a su padre y de Eva que no parará un minuto mientras los clientes abarroten su local.

Debo recoger el pan de todos los días. La panadería está a tope. Aprovecharé para dar un paseo mientras se despeja. En la calle, Lucía, una joven con un carro de limpieza habla a través de unos auriculares, recoge los restos de los envoltorios de comidas tirados por doquier, arrastrando un gran cepillo con el que amontona hojas y semillas que el viento esparció. El parque de la Legión de Badajoz está anegado. El agua corre por los caminos peatonales como si se tratara de un río. Es un espectáculo agradable. Hay romanticismo entre los árboles y bancos solitarios, se reflejan las nubes caminando en el agua entre los árboles. Vuelvo a la panadería. Sigue más llena. Ahora la cola llega al paso de peatones. Como puedo me introduzco en ella. –«Permiso». Me abro sitio para dirigirme a la panadera. –«María. Hoy no quiero pan. Puedes venderlo».

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