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Ayer se celebró el 8M en un momento amenazante para el feminismo, de auge de una ola reaccionaria que niega la violencia machista y cuestiona ... la desigualdad estructural entre hombres y mujeres que aún persiste incluso en democracias avanzadas. Acaso las fotos que mejor reflejen esa desigualdad sean la del gabinete de Donald Trump y la del Consejo Europeo. En la primera, solo se ven siete mujeres, apenas un 30% de los 23 componentes (con Joe Biden fueron 13 féminas). En la segunda, únicamente hay cuatro entre los 29 miembros. Estas instantáneas confirman lo que otros datos publicados ayer por este periódico, que a ellas aún les cuesta más que a ellos romper techos de cristal y alcanzar puestos directivos y dirigentes. Y eso ocurre porque a ellas todavía les penaliza la maternidad y son las que mayoritariamente sacrifican su carrera profesional para cuidar a hijos y familiares.
Sin embargo, lo peor no es que aún quede camino por recorrer para alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres, sino la regresión del feminismo ante el embate de la extrema derecha, aunque el machismo es transversal y de él no está libre de pecado la izquierda, como reflejan los casos de Errejón, Monedero o Ábalos. Dicha regresión es confirmada por una reciente encuesta de Ipsos, que señala que España es el país de Europa en el que más gente se declara feminista (51%), pero ese porcentaje ha bajado cuatro puntos respecto al año pasado (55%). Pero lo más preocupante es que un 52% de la población, dos puntos más que en 2024, piensa que se ha llegado demasiado lejos en promover la igualdad de género, tanto que se ha acabado discriminando a los hombres. Por sexos, es algo que cree el 60% de los hombres y el 43% de las mujeres.
Esta es una de las ideas fuerza que enarbola la ultraderecha, que, haciendo uso del doblepensar orwelliano, presenta a los hombres como víctimas y al feminismo como un movimiento antiigualitario. A esa percepción falaz también ha contribuido una parte del feminismo, minoritaria pero ruidosa, que se ha confundido de enemigo, al señalar como tal al hombre y no al patriarcado, el machismo y la misoginia aún imperantes, pues «los hombres son imprescindibles para el cambio que el feminismo propone», como dice Bakea Alonso. Esta investigadora en temas de género e igualdad explica que «históricamente, los fascismos han sido una manera de ofrecer seguridad a las personas en momentos de incertidumbre y ansiedad» y «es evidente que hay que ofrecer algo diferente que ataje las precariedades y vulnerabilidades en las que se encuentran una parte importante de la humanidad, hombres incluidos».
Y esas vulnerabilidades y miedos son los que explota la ultraderecha. Y lo hace señalando capciosamente a los presuntos culpables y canalizando el resentimiento de la población contra ellos: los inmigrantes son culpados de arrebatar a los nativos derechos sociales y económicos como el trabajo, la vivienda o salarios dignos; y las feministas son culpadas de cercenar derechos políticos y civiles de los hombres, como la igualdad ante la ley o la presunción de inocencia.
Por ello, la regresión del feminismo está relacionada con la de la democracia, pues no hay democracia sin feminismo. La igualdad es un pilar central de la democracia y el feminismo, según el diccionario de la RAE, es el «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre». Por tanto, ser demócrata es ser feminista y la defensa de la democracia pasa por defender el feminismo.
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