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El mundo está al borde de un ataque de nervios. La tensión se masca en un ambiente cada vez más enrarecido. Hay una creciente agresividad ... que no entiende de edades ni clases, aunque es más que preocupante que se esté disparando entre los más jóvenes. Un síntoma de una rabia que no es nueva ni privativa de la juventud, pero que va a más en una sociedad hipercompetitiva e hiperindividualista donde, casi un siglo después, vuelve a ganar terreno por boca de los nacionalpopulismos rampantes –la nueva cara más amable de los fascismos– la dialéctica schmittiana amigo-enemigo y la retórica pseudonietzscheana que castiga y deshumaniza al débil y exalta al fuerte, al triunfador, al que impone su ley. Una dialéctica y una retórica que se propagan por todos los estamentos y ámbitos sociales pero que están siendo más evidentes en las relaciones internacionales desde que Ubú Trump fue coronado presidente de EE UU.
En esta época más revolucionada que revolucionaria, el magnate republicano, cual cirujano de hierro que corta por lo sano, ha acelerado la transición desde el multilateralismo al multipolarismo, desde un sistema kantiano basado en la cooperación entre países a través de organizaciones y reglas internacionales hacia otro maquiavélico basado en la contienda entre bloques. Y digo ha acelerado porque esa transición comenzó, al menos, desde que el Gobierno de George W. Bush invadió Irak en 2003 saltándose a la torera las resoluciones de la ONU.
En este sistema internacional multipolar o neoimperialista que se está configurando, en el que me temo que la comercial sea la primera de otras guerras más cruentas por venir, la diplomacia florentina está dando paso, de la mano de un Trump 2.0 desencadenado, a un retorno de la diplomacia del 'gran garrote' ('big stick') que practicó Theodore Roosevelt a principios del siglo XX, una diplomacia, como la define la exministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya, «depredadora». Es decir, se impondrá la ley del más fuerte frente a la ley del más débil, que es la que, según el filósofo del derecho Luigi Ferrajoli, garantiza y protege los derechos fundamentales de todos los seres humanos, sin discriminación alguna e incluso frente a la tiranía de la mayoría, y que rige en los Estados democráticos de derecho.
Como única garantía de paz, Ferrajoli propone en sus proyecto para la Constitución de la Tierra prohibir la producción y el comercio de armas por considerarlos un crimen contra la humanidad. Sin embargo, en una reciente entrevista en 'El País', el jurista italiano cree que vamos en dirección contraria, hacia una situación de total irrelevancia del derecho internacional, al tiempo que advierte que se está 'fascistizando' el sentido común, lo que comienza cuando desde las instituciones, en la actitud, en las palabras se normaliza entre la ciudadanía el desprecio y el castigo a minorías y colectivos como los inmigrantes, «porque cuando la inmoralidad, la desigualdad, el racismo, se ostentan a nivel institucional tienen un efecto de contagio, de legitimación». «De lo contrario –explica– no entenderíamos el fascismo y el nazismo, que tuvieron el consentimiento de las mayorías». Pone de ejemplo a Trump cuando llama «animales» a los migrantes, «significa legitimar la desigualdad en el sentido común, que los migrantes son personas inferiores». En definitiva, los nacionalpopulismos están abriendo la ventana de Overton para que asumamos como normal y aceptable lo que hasta hace no tanto nos parecía intolerable.
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