En nuestra sociedad opulenta, como la bautizó el economista John Kenneth Galbraith, se da la paradoja de que la imagen de la pobreza no es la escualidez, como en las sociedades subdesarrolladas, sino el exceso de peso. Así lo refleja el Estudio Aladino 2023 sobre ... la obesidad infantil en España.

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Según este informe, el 36,1% de los escolares de entre seis y nueve años sufre sobrepeso u obesidad. Pero ese porcentaje es mayor entre los niños de familias de rentas bajas. Casi la mitad (el 46,7%) de los que crecen en familias que ingresan menos de 18.000 euros anuales tienen exceso de peso, mientras que esa tasa baja al 29,2% entre los que viven en hogares que ganan más de 30.000 euros. El estudio apunta a la mala alimentación como la causa principal del exceso de peso. Los datos reflejan que hay una correlación entre alimentación y nivel de renta. Los niños de familias que ingresan menos de 18.000 euros comen menos frutas y verduras que los de aquellas que ingresan más de 30.000. Y los primeros beben más refrescos azucarados, son más sedentarios y pasan más horas frente a una pantalla que los segundos.

Quienes menos tienen comen lo que pueden y no se pueden permitir pagar a sus hijos actividades físicas extraescolares como un deporte o danza. Una situación que ha agravado la crisis inflacionaria que hemos sufrido en los dos últimos años. La fuerte subida de alimentos básicos como frutas, verduras, legumbres o el aceite de oliva ha llevado a las familias, sobre todo a las más vulnerables, a recortar su consumo de estos productos o a sustituirlos por otros menos saludables pero más baratos. Con razón decía José Luis Sampedro que la inflación es el impuesto de los pobres.

La buena noticia es que parece que en España hemos dejado atrás la crisis inflacionaria tras bajar el IPC en septiembre al 1,5%, su menor nivel en tres años y medio, gracias al abaratamiento de los carburantes y, en menor medida, de los alimentos. Veremos si esta tendencia se consolida, pues energía y alimentos son productos esenciales con precios volátiles y controlados por un puñado de compañías, como denuncia el informe de Oxfam 'El multilateralismo en una era de oligarquía global'. Este estudio alerta de que los esfuerzos globales para responder a los mayores desafíos del planeta, como la crisis climática o los niveles persistentes de pobreza y desigualdad, están siendo amenazados por la concentración de poder en manos de los ultrarricos –el 1% más rico posee más riqueza que el 95% del planeta– y sus megaempresas, que controlan sectores estratégicos como el agroalimentario –dos multinacionales son dueñas del 40% del mercado global de semillas– y «están conformando las reglas del juego a su favor, a costa del resto de la población».

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Hace más de medio siglo, en su libro 'La sociedad opulenta', Galbraith advertía que «los pobres permanecen pobres y el control de los ingresos por parte de las clases dominantes se incrementa de manera notable», con la aquiescencia del poder político, y exhortaba a hacer que «la eliminación de la pobreza en la sociedad opulenta ocupe un sitio importante –incluso principal– en la agenda social y política», y a proteger «nuestra riqueza de aquellos que, en el nombre de su defensa, dejarían el planeta sólo en sus cenizas», porque «la sociedad opulenta no carece de errores, pero bien merece ser salvada de sus propias tendencias adversas o destructivas».

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