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Les deseo paz y amor para 2025. Mas temo que el año entrante venga cargado de más guerra y odio que el saliente. Los presagios ... no son nada halagüeños. El mundo camina como un sonámbulo al abismo al ritmo marcial que marcan los salvapatrias a sueldo de los nuevos señores feudales tecnológicos, que, por si la Tierra se va al garete, ya están preparándose para irse con su capitalismo de vigilancia bajo el brazo a Marte.
Entretanto, nuestro planeta se va calentando como una olla a presión y ya no parece tan improbable que se haga realidad la distopía que plantean series como la danesa 'Familias como la nuestra', dirigida por el oscarizado Thomas Vinterberg.
En seis capítulos, cuenta cómo, debido a la subida del nivel del mar causada por el cambio climático antropoceno, toda la población danesa debe ser evacuada de su país al no poder ya frenar su inundación, pues las medidas tomadas hasta entonces son ya económicamente insostenibles.
Quienes pueden permitírselo viajan a países ricos, como Francia, Reino Unido o Finlandia, mientras que los menos favorecidos deben hacer uso del programa financiado por el Estado y trasladarse a naciones más pobres, como Rumanía. Así, gentes que hasta entonces habían tenido una vida acomodada sufrirán ahora en sus carnes las mismas tribulaciones que padecen los inmigrantes del sur y oriente que se juegan la vida, y muchas veces la pierden en el intento, en busca del 'paraíso' europeo o del sueño americano. Como estos, para sobrevivir en su tierra de acogida, los daneses de la serie deberán trabajar en empleos precarios para los que están sobrecualificados y padecer los abusos y la xenofobia de nativos, incluso su violencia.
Recomiendo esta serie como un ejercicio de empatía a todos los que tienen la dicha de vivir en estas latitudes afortunadas, especialmente a los incautos que se dejan embrujar por los cantos de sirena envenados de odio de los hijos de la ira, esos que se persignan con una mano mientras señalan criminalizadoramente con el índice de la otra al samaritano, al migrante, convertido en chivo expiatorio para atraer el voto del miedo. El miedo de los pobres con ínfulas de clase media y hartos de altramuces que temen perder lo poco que tienen a manos de los forasteros pobres de solemnidad que se comen las cáscaras que tiran.
Y mientras nos mantienen en pugna a unos pobres con otros, los ricos epulones como Elon Musk y compañía se frotan las manos y se hacen más ricos a costa no solo del sudor de nuestra frente, sino también de nuestra libertad.
Pero para canalizar y catalizar nuestro descontento, nada mejor que hacernos desfilar detrás de una bandera. Y es que no hay dioses más útiles, como los llama el historiador José Álvarez Junco, que los nacionalismos para domeñar nuestra rebeldía. Unos nacionalismos que, agitados por los nacionalpopulismos rampantes, se han viralizado hasta convertirse en una pandemia que amenaza con ser letal de nuevo como no hace tanto tiempo, porque estamos perdiendo la memoria histórica.
El filósofo Reyes Mate ya lo advierte: «No debemos olvidarlo: el nacionalismo no solo es exclusión, sino posibilidad de exterminio. Auschwitz puede repetirse» (El País, 9 de noviembre de 2024).
Dicho lo cual, no hay cosa que más desee que equivocarme en mis oscuras premoniciones y que tengan un feliz año.
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