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Javier Milei y Donald Trump son la prueba viva de personas devoradas por sus grotescos personajes. Su realidad supera cualquier ficción imaginada y por imaginar. ... Cualquiera que los parodie se quedará corto, pues día a día se empecinan en tomar las más rocambolescas decisiones y soltar las mayores burradas sin preocuparse lo más mínimo por a quiénes afectan ni por las consecuencias. Ambos mandamases, más que mandatarios, son memes de carne y hueso que no se paran en barras a la hora de, cual cristobitas, atizar con sus motosierras a quien se les ponga por delante, pues confunden la libertad de expresión con el libertinaje verborreico. No tienen pelos en la lengua, pero sí el colmillo retorcido, dicen posverdades como puños y actúan a las bravas: disparan primero y preguntan después.
Por eso, choca que algunos argentinos se hayan sentido «ofendiditos» con la murga pacense de De Turuta Madre por elegir a su polémico y polemista presidente como tipo de su actuación carnavalera. ¿De qué se ofenden? ¡Si tanto Milei como Trump viven en un permanente carnaval! Eso sí, entendiendo por 'carnaval' la tercera acepción del término que recoge el diccionario de la RAE: «Conjunto de informalidades y actuaciones engañosas que se reprochan en una reunión o en el trato de un negocio».
Botón de muestra es la airada disputa en vivo y en directo de Trump con Zelenski en la Casa Blanca por la resistencia de este a aceptar el chantaje a lo Corleone del presidente estadounidense, que codicia las preciadas tierras raras ucranianas, y su humillante componenda con Putin para poner fin a la guerra, pues más que la paz busca la capitulación de Ucrania. El magnate americano se toma la política como un tiburón los negocios o peor, como un tahúr el juego. De ahí, que tratara a Zelenski como un buscavidas y le reprochara que «no tiene cartas» que jugar en la negociación con Rusia y lo acusara de estar «jugando con la tercera guerra mundial».
Milei no le va a la zaga a su amigo americano como tiburón y tahúr de la política. Prueba de ello es que hace un par de semanas promocionó en X –la red social de otro amiguete, Elon Musk– una criptomoneda que resultó ser una ciberestafa. Y para justificarse ante las miles de víctimas que confiaron en su palabra y perdieron millones por invertir en lo que él les animó, dijo: «Si vas al casino y perdés plata, ¿cuál es el reclamo?». Este bochornoso episodio es la metáfora perfecta del populismo.
Otro ejemplo de la política carnavalesca practicada por el logorreico presidente argentino es el decreto publicado en enero en el que su Gobierno reinstauraba términos obsoletos y ofensivos como «idiota», «imbécil» y «débil mental» para clasificar distintos grados de discapacidad intelectual. Tras viralizarse el texto, la Casa Rosada admitió que fue un «error» y rectificó. No obstante, es habitual que Milei tilde a sus críticos de «idiotas», «descerebrados» y «mogólicos» con el argumento de que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, sin eufemismos de la «cultura 'woke'».
Trump y Milei están ganándose a pasos de gigante y por deméritos propios un lugar de deshonor en la historia universal de la infamia. Lo peor es que sus desmanes y desmandes nos pueden costar caros a todos. Carlo Maria Cipolla nos alerta de que «una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir», más incluso que la malvada, al ser impredecible. No tengo aún claro si Trump y Milei son estúpidos o malvados. Me inclino por que son algo aún más peligroso: malvados estúpidos.
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