Diversas investigaciones confirman que las personas mayores son los principales consumidores de información dudosa en internet. La causa alegada hasta ahora era su analfabetismo digital. Sin embargo, un nuevo estudio demuestra que optan por leer y difundir noticias engañosas vía 'online' por interés, porque ... confirman su ideología.

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Según recalca Ben Lyons, profesor de la Universidad de Utah y coautor del dicho estudio, publicado en Public Opinion Quarterly y recogido por El País, «tienen vínculos partidistas más fuertes y les importa que su bando quede bien y que el otro salga mal», sobre todo si son de derechas.

Eso explicaría, en parte, el éxito electoral de Donald Trump en Estados Unidos y el auge del nacionalpopulismo aquende y allende el Atlántico. Y es que, apoyados por medios digitales hiperpartidistas y sus altavoces en redes sociales, han sabido sacar provecho como nadie al sesgo de confirmación de una mayoría de la gente mayor y no tan mayor. Pues ya advierte Maquiavelo en 'El príncipe' que «los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que quien engaña hallará siempre alguien que se deje engañar».

De ahí que, como recalca la filósofa Hannah Arendt al comienzo de 'Verdad y política', un artículo que publicó en 1964, «nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie (...) puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas. Siempre se vio a la mentira como una herramienta necesaria y justificable no sólo para la actividad de los demagogos y los políticos, sino también para la del hombre de Estado».

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Según Arendt, en la época contemporánea, la verdad factual es falseada a través, por ejemplo, de imágenes creadas para manipular las mentes del pueblo (y en esto la política y el poder han encontrado en la inteligencia artificial un arma de destrucción de la verdad masiva). Otra forma de falsear una verdad de hecho es rebajarla a mera opinión, con lo que ya no hay verdades ni mentiras, todo son lo que ahora se llaman posverdades. En esto, la ultraderecha se ha mostrado muy hábil, haciendo que los datos que no encajen con su ideología, como los que confirman el cambio climático, sean negados, ignorados o tergiversados.

Mas Arendt avisa que la consecuencia de este «lavado de cerebro es una peculiar clase de cinismo: el absoluto rechazo a creer en la veracidad de cualquier cosa, por muy bien fundada que esté esa verdad». Un diagnóstico similar hace Fernando Vallespín en 'La mentira os hará libres' (2012), en el que escribe que la sospecha, la desconfianza hacia lo que se nos dice y se nos escenifica en el espacio público tiene como efecto no la búsqueda de la verdad, sino todo lo contrario. Los ciudadanos, huérfanos ya de una realidad objetiva común en la que contrastar nuestras opiniones, nos mostramos encantados de pronunciarnos libérrimamente sobre casi todo, «a pesar de los hechos», como parte de nuestra «libertad».

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Y es que, como reconoce la propia Arendt, «las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír». Sabedor de ello, Trump y su santa compaña ultra, invirtiendo la sentencia de Gramsci, ha convertido con éxito la mentira en revolucionaria. Aun así, Arendt nos tranquiliza: «En circunstancias normales, el mentiroso es derrotado por la realidad», como atestigua la caída de regímenes totalitarios como el nazi, el fascista y el soviético.

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