Cada vez que Donald Trump abre el pico, se me antoja que estoy presenciando la construcción de una distopía a machamartillo. Sí, porque, parafraseando a ... Nietzsche, el ubuesco presidente de EE UU hace política a martillazos. No hay día que no nos epate con ocurrencias estrambóticas que nos van acercando peligrosamente a un nuevo desorden mundial.
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Lo penúltimo ha sido llamar «dictador» a su par de Ucrania, Volodímir Zelenski, amén de culparlo del inicio de la guerra y de advertirle que «si no se mueve rápido, va a perder su país». Llama dictador al líder ucraniano un tipo que solo reconoce los resultados electorales cuando gana e incluso está procesado acusado de tratar de anular su derrota en el estado de Georgia en 2020, así como de alentar el asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021 para impedir la toma de posesión de Joe Biden.
Para más inri, Trump considera que Zelenski «no es importante» en las negociaciones de paz. Como le ha afeado el líder ucraniano, el mandatario estadounidense vive en «la burbuja informativa rusa», hasta el punto de empatizar con el agresor y verdadero dictador en lugar de con la víctima, a la que además chantajea con una oferta digna de Michael Corleone, pues le exige que acepte un acuerdo para explotar los minerales raros como el litio –necesario para las baterías de coches eléctricos como los que fabrica Elon Musk, el valido del «rey» Trump– que atesora la antigua república soviética como pago por la ayuda prestada por Washington durante el conflicto y como garantía de seguridad una vez concluyan los combates. La resistencia de Zelenski a firmar ese oneroso trato que hipotecaría a su nación está detrás de las invectivas lanzadas por Trump contra él. Más que una paz, lo que parece que EE UU y Rusia negocian es el reparto de Ucrania a imagen y semejanza del de Polonia que pactaron Hitler y Stalin al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y es que las verdaderas motivaciones de Trump para querer la paz, aunque sea la de los cementerios, en Ucrania son económicas, como en Gaza, lo que dejó claro al manifestar su plan para convertir la Franja en la Riviera de Oriente Medio.
En su estrategia para torcer el brazo de Zelenski y vencer su resistencia a rubricar la capitulación de Ucrania más que la paz, Trump utiliza el doblepensar que practica el Gran Hermano en la novela distópica por antonomasia, '1984', de George Orwell. Se trata de un proceso de adoctrinamiento por el cual se espera que el sujeto acepte como verdadero lo que es claramente falso, o que acepte simultáneamente dos ideas mutuamente contradictorias como correctas.
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Trump y los de su ralea nacionalpopulista parecen haber hecho suyo el lema del Ingsoc, el partido que en '1984' gobierna Oceanía (una de las tres superpotencias que se reparten el mundo en la novela, una división no tan disímil de la que parece pretender Trump con Rusia y China): «Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza». Así, haciendo uso del doblepensar, se presentan como adalides de la libertad mientras van erosionando poco a poco las instituciones democráticas. Porque, como advierten Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en 'Cómo mueren las democracias', «la democracia ya no termina con un 'bang' (un golpe militar como el del 23-F o una revolución), sino con un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como son el sistema jurídico o la prensa, y la erosión global de las normas políticas tradicionales».
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