No, el título no alude a un equipo de fútbol americano o a un vehículo militar. Es como se autodenominan los amigos europeos de Donald ... Trump, reunidos en santa compaña este fin de semana en Madrid bajo el lema MEGA («Hagamos Europa grande otra vez», por sus siglas en inglés), adaptación del MAGA («Hagamos Estados Unidos grande otra vez») del presidente estadounidense, con el liderísimo de Vox, Santiago Abascal, como anfitrión, el mandamás de Hungría, el puntinófilo Viktor Orbán, como santón, y la matriarca de la ultraderecha francesa, Marine Le Pen, como madrina.

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Todos ellos celebran la vuelta a la Casa Blanca del «tornado Trump», espejo deformante en el que se miran. Es más, Orbán se presenta como el San Juan Bautista del mesías ultra estadounidense, como un adelantado de sus políticas en Europa, pues presume que, en los 15 años que lleva en el poder, ha convertido Hungría «en un laboratorio de las políticas conservadoras», con medidas como la tipificación de la inmigración irregular como delito, la introducción en la Constitución de su país de la defensa de la cultura cristiana o la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo. Asimismo, proclama que «el reemplazo de la población de Europa (cristianos por musulmanes) no es una teoría de la conspiración, es pura práctica». Y asegura que «George Soros (el magnate húngaro partidario de la globalización) es el pasado y Elon Musk el futuro».

La defensa acérrima que estos patriotas hacen de Trump llega hasta el punto de justificar la imposición de aranceles a los productos europeos, pese a que perjudica a sus patrias, alegando, como Abascal, que «el gran arancel es el Pacto Verde» de la Unión Europea y «los impuestos confiscatorios» de los gobiernos de izquierda. Y es que estos patriotas tienen enfilada a la UE, a la que acusan de estar «anclada en el pasado». En el comunicado de su ultracumbre lamentan que Bruselas «no ha abandonado de ninguna manera su aspiración de transformar Europa en un megaestado centrado en la ingeniería social», con consecuencias que califica de «desastrosas» para los europeos, entre las que cita la inmigración irregular, la inseguridad, la pérdida de competitividad o el «fanatismo climático».

Su aversión al proyecto de integración europeo, gracias al cual el Viejo Continente ha vivido una época de paz y prosperidad tras desangrarse en dos contiendas globales, se enmarca en su rechazo frontal a las instituciones y el derecho internacionales creados tras la victoria aliada sobre el Eje en 1945. Abascal lo dejó claro ayer ante sus «compañeros de armas» al denunciar el intento de «imponer una dictadura global que ya solo resiste en Bruselas y en foros internacionales como Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Tribunal Penal Internacional (TPI)». Una denuncia en línea con la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos de la OMS y los acuerdos climáticos de París y de imponer sanciones al TPI por dictar una orden de detención contra el primer ministro israelí, su amigo Netanyahu, quien está encantado con su plan de limpiar Gaza de palestinos y convertirla en la Riviera de Oriente Medio.

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La intención última de Trump y sus corifeos europeos es reemplazar el actual orden multilateral por otro de resabios imperialistas y ecos decimonónicos regido por la ley del más fuerte, como el que, por cierto, condujo a las dos guerras mundiales. Ya advirtió Samuel Johnson que «el patriotismo es el último refugio de los canallas».

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