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Este periódico publicaba el jueves que el racismo, sobre todo contra negros, magrebíes y gitanos, es una lacra en aumento en España, según la última ... investigación del Ministerio de Igualdad. Este estudio desvela que se han disparado las discriminaciones por raza o etnia en el vecindario, los comercios, los trabajos, los alquileres de vivienda y en el trato de la policía.
Creo que no es casualidad sino causalidad que el incremento del racismo sea paralelo al auge del nacionalpopulismo y en un contexto de creciente conflictividad mundial y belicismo. Como recalca Nora Vázquez en el artículo '¿Programados para el racismo?', publicado en 'Ethic', en Europa (y en EE UU), los partidos de extrema derecha han convertido a los migrantes en la encarnación de todos los males. Se les acusa de robar empleos, de colapsar los servicios públicos, de amenazar la identidad nacional. «Pero detrás de esos discursos –avisa– hay algo más profundo, más oscuro: el miedo al otro, a lo desconocido, a lo diferente». El miedo es vital para nuestra supervivencia como especie. Es un sistema defensivo que nos alerta de peligros. De ahí que lo extraño, lo diferente active ese instinto en nuestro cerebro. Pero los nacionalpopulismos lo han convertido en un arma ofensiva, confundiendo supervivencia con superioridad.
No obstante, como atisbó Adela Cortina, nuestro racismo es clasista o aporófobo, sentimos miedo y rechazo al extranjero pobre, no al turista o al inversor. La filósofa española define la aporofobia como «la tendencia que tenemos los seres humanos a rechazar a quienes no parecen tener nada interesante que ofrecernos, sino solo problemas». «Vivimos –explica– en la sociedad del intercambio, que puede ser de mercancías, de votos, de dinero, de favores. Y cuando damos con alguien que, al parecer, no puede devolvernos nada a cambio, lo rechazamos». La película 'El traje' (2002), dirigida por Alberto Rodríguez y protagonizada por el actor pacense negro Jimmy Roca, refleja con humor ese racismo aporófobo.
Botón de muestra de esa concepción economicista de la inmigración es el mercadeo que se traen nuestros partidos con el reparto entre las comunidades autónomas de los menores inmigrantes hacinados en Canarias y Ceuta, pues denota que son considerados un incordio, basura social que nadie quiere cerca de casa.
Los inmigrantes son valorados así en la medida en que se ponen al servicio de la clase capitalista o son clase capitalista, es decir, como mano de obra barata o financistas. De resultas, para la filósofa estadounidense Angela Davis (mujer, negra, lesbiana y comunista) la desigualdad que sufren las mujeres, las personas negras y otros colectivos como los inmigrantes y el LGTBI se debe a un sistema económico «despiadado» que la perpetúa y se aprovecha de ella, que se mantiene en pie «mediante el fomento del rencor, la competitividad y la opresión de un grupo social por otro».
Un sistema capitalista que empezó su declive en los años setenta del pasado siglo, debido, según el certero diagnóstico de Davis, a que la expansión del capital se topa con una escasez de materias primas y un agotamiento ecológico que ponen en grave riesgo su continuidad. Mas, como ya detectó Davis en los ochenta y hoy se percibe más que nunca, «la creciente militarización de nuestra economía es quizás el rasgo más destacado de la crisis que afecta al capitalismo». Y las guerras, advierte la pensadora afroamericana, acrecientan el racismo y empujan a la gente contra un «enemigo» que, a menudo, es simplemente el trabajador de otro lugar del mundo.
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