Todo partido, cual Jano, tiene dos caras: una mira a la derecha y otra, a la izquierda. O dicho de otro modo, en él conviven dos grandes familias no siempre bien avenidas. Vox no es una excepción. En 'Lo de Évole', una despechada Macarena Olona ... constató que así es en su antiguo partido: una familia es «más falangista» y tiene «un posicionamiento, digamos, más conservador y un alma más intervencionista», representada por Javier Ortega Smith y Jorge Buxadé; la segunda es «más liberal» y la ejemplifican Iván Espinosa de los Monteros, su esposa Rocío Monasterio y el exvicepresidente económico Víctor González.
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Asimismo, en todos los partidos el líder suele ser el puente entre las dos grandes familias. En Vox, Santiago Abascal representa la síntesis ultraconservadora entre las alas falangista y neoliberal, aunque está ganando más poder la primera.
No obstante, el ultraconservadurismo nacionalpopulista de Abascal es una evolución exacerbada del neoconservadurismo de la cara derecha y dura del PP, en el que militó hasta 2013, cara que mostró Aznar tras ganar las elecciones generales de 2000 con mayoría absoluta y la que exhibió sin complejos en 2003 en la célebre foto de la cumbre de las Azores previa a la invasión de Irak junto a George W. Bush, la cabeza visible entonces de los necones.
El neoconservadurismo fue la reacción en EE UU de un grupo de intelectuales conservadores, que en su juventud fueron comunistas antiestalinistas, y de políticos liberales desencantados con el liberalismo contra la nueva izquierda y la contracultura en los años 60 y 70 y su influencia en el Partido Demócrata. Veían a esa nueva izquierda, que defendía el multiculturalismo o el igualitarismo, como una «cultura adversaria» de valores tradicionales y cristianos y un peligro para la civilización occidental. En economía apoyan el libre mercado y en política exterior son intervencionistas, y esa es su mayor diferencia con la ultraderecha en boga, más partidaria del aislacionismo y el proteccionismo.
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Por ello, tiene sentido que Vox haya pensado en Ramón Tamames como candidato de su segunda moción de censura, pues el exdirigente del PCE es un neocón en su sentido primigenio (intelectual de la izquierda antiestalinista derechizado). Y es que hay una línea de continuidad entre el neoconservadurismo de ayer y la ultraderecha de hoy. Esta es una radicalización de aquel, pero no es la estación de destino, es una parada intermedia hacia el fascismo, cuyo rasgo distintivo es el uso sistemático de la violencia como arma política. La ultraderecha actual puede ser violenta de palabra, pero no lo ha sido de acción, aunque estuvo a punto en los asaltos al Capitolio de EE UU o la sede de los Tres Poderes de Brasil.
En el debate de la moción, Pedro Sánchez tildó a Abascal de telonero. Y lo cierto es que partidos ultras como Vox son teloneros o heraldos de los fascismos. Más que predicar el fascismo, lo predicen. Pero, como advierte el historiador italiano Steven Forti, autor de 'Extrema derecha 2.0', el principal problema que plantean es que mueven hacia la ultraderecha a la derecha democrática y liberal. Según Forti, en España pueden pasar dos cosas. Por un lado, el escenario inglés en el que la ultraderecha casi desaparece tras el Brexit fagocitada por los 'tories'. O que se acabe legitimando tanto su discurso que el elector prefiera el original a la copia. «Es el escenario italiano. Berlusconi había legitimado a la Liga y los posfascistas de Finni y Meloni, y ha acabado devorado en una coalición donde la hegemonía la tiene la extrema derecha 2.0 de Hermanos de Italia y la Liga». Toma nota, Feijóo.
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