![¿Truco o trato?](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2023/11/04/psoe-erc-RQVEaAVDtKZvzKUnQjMgieI-1200x840@Hoy.jpg)
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En esta semana que hemos celebrado Halloween, el PSOE y ERC han cerrado un trato –o un truco para sus detractores– que allana la investidura de Pedro Sánchez y que contempla la cuestionada y cuestionable ley de amnistía al 'procés', de la que se beneficiaría ... el prófugo Puigdemont. Este, no obstante, se resiste a dar su apoyo al candidato socialista, al que intenta arañar alguna otra concesión para colgarse una medalla más ante sus enemigos íntimos de Esquerra. Mas cuidado con tensar demasiado la cuerda, pues puede acabar rompiéndose. Y aunque Sánchez ha dado muestras sobradas de su elasticidad política, hasta él tiene límites.
Es lo que tiene negociar con alguien tan veleidoso como Puigdemont. Y, si finalmente es reelegido presidente, es lo que le espera durante toda la legislatura a Sánchez. Este deberá emplear toda su panoplia de trucos de seducción para camelarse a un tipo que se cree no Tarradellas, sino Companys redivivo, aunque no sea más que un fantoche que se le fue de las manos a su titiritero, el artero Artur Mas.
Pero Sánchez no solo tendrá que lidiar con socios poco fiables como el okupa de Waterloo, sino también con una dura oposición externa a sus cesiones a los independentistas catalanes (y no solo en el Poder Legislativo, sino también en el Judicial, secuestrado por el PP desde hace un lustro) y, lo que es peor, interna. «¡Al suelo, que vienen los nuestros!», solía decir el exministro franquista y con UCD Pío Cabanillas. Y es que Sánchez está recibiendo las mayores andanadas de la añeja vieja guardia socialista, de aquellos como Alfonso Guerra o alguien más guerrista que él, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, quienes de advertir, cuando llevaban las riendas en su partido con mano férrea, que «el que se mueva en la foto no sale», han pasado ahora que son jarrones chinos a alentar otra rebelión contra su actual jefe de filas como la que lo descabalgó en los idus de octubre de 2016.
Claro, que ellos estaban acostumbrados a aplicar el rodillo de la mayoría absoluta. Es más, dieron hasta sepultura a Montesquieu. No sabían, por tanto, lo que era negociar. Ni falta que les hacía. Sin embargo, la democracia no se entiende sin la negociación. Que se lo digan a los padres de la Constitución de 1978. Cierto es que la negociación política «puede ofrecer la imagen de un crudo mercadeo de favores y prebendas», como dice el periodista Xosé Hermida en un artículo en El País. Eso es lo que le ha ocurrido a Sánchez, sus arduas negociaciones con tirios y troyanos han sido vistas a menudo por la opinión pública y publicada como componendas, trapicheos de chalanes, porque, para más inri, le han obligado a ceder, a decir digo donde decía Diego. Pero sin ellas no habría habido ni escudo social, ni ingreso mínimo vital, ni subida del salario mínimo ni de las pensiones, ni reforma laboral…, ni hubiera bajado el suflé catalán como lo ha hecho.
Como diagnostica Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III, es sobre todo el conflicto territorial lo que emponzoña el debate sobre los pactos: «La derecha principalmente lo dramatiza todo, porque cualquier cesión se presenta como una traición».
Al final todo negociador es un héroe de la retirada que pasa por traidor para los inmovilistas y las avestruces. Le pasó a Adolfo Suárez, que, cuando gobernaba, llegó a ser tachado por Guerra de «tahúr del Misisipi» y ha acabado siendo reconocido por la historia.
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