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Nos sentimos en la cumbre de la civilización, con las guerras erradicadas de nuestra vida cuando de pronto nos recomendamos que nos hagamos con un ... transistor y unas latas de conservación para sobrevivir las primeras 72 horas de una catástrofe. ¿Nuclear, bacteriológica? ¿O solo informática? Desde Bruselas sale una señora bromeando con su bolso de la Mary Poppins y, en la tribuna del Congreso, Pedro Sánchez se las ingenia para retorcer el lenguaje y no mencionar la palabra rearme. Seguridad. Nada de bombas. Las bombas nos pueden caer a nosotros, los misiles, los drones. Pero nosotros solo vamos a invertir en seguridad virtual. Pero he aquí que desde su Gobierno le salen al paso. Los argumentos son antiguos. «No a la guerra», declaraba el mundo de los actores en la puerta de los leones. La vicepresidenta Yolanda Díaz es más creativa. Cosas del funambulismo dialéctico y electoral. A Yolanda Díaz le parece «un poco despropósito» invertir el 2% en defensa.
No a la guerra. Como si en el PSOE o en el PP estuvieran deseosos de colocarse el casco y seguir al pobre Mambrú. Estados Unidos nos ha puesto la proa económica y militarmente nos ha abandonado. De modo que no rearmarse significa plegarse a las veleidades de un tirano como Putin. Estaría bien no pertenecer a la OTAN, vivir en paz y que la paloma inmaculada volase por todo el planeta. Sí. La utopía casa bien en este caso con la ensoñación, pero muy mal con la realidad en la que nos vemos envueltos.
Lo triste, aquí, en España, es que quienes deberían establecer un diálogo indispensable para afrontar los acontecimientos, PSOE y PP, andan con sus propias batallas y dándole la espalda a la realidad de un modo bastante más lamentable que los amigos del cinematógrafo. El debate parlamentario de anteayer fue un ejemplo de esa inconsciencia. O si se quiere de ese vuelo rasante en el que prevalece el interés partidista y el afán de poder al interés nacional. Ya sabemos que Mazón es un impresentable, que Ábalos y su entorno huelen a podrido y todo lo demás.
Pero esa no parece la cuestión fundamental, de carácter histórico, que afrontamos. El «hola don Pepito, hola don José» que se dedicaron Rafael Hernando y Pedro Sánchez y la sucesión de chascarrillos, afrentas y reproches de baja estofa nos situaban más ante las puertas de un pasaje de 'La venganza de don Mendo' que de una posible catástrofe continental. Marear la perdiz o la paloma. Maniobras de distracción. Y mientras, eso sí, ya estarán elucubrando a los hermanos comisionistas, novios, koldos o ministros avispados cómo lucrarse con la venta de transistores, linternas o ataúdes de plomo.
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