Este no es un artículo sobre Messi aunque hable sobre todo de él porque el pasado viernes me llamó la atención que el presidente del Barça, Joan Laporta, se refiriera en la radio a las negociaciones para que el jugador siguiera en el club y ... a su frustración por que finalmente no lo hiciera debido a que no había dinero para pagarle. Laporta, en esa entrevista, dijo algo que ha sido destacado en todos los medios: «Tuve la esperanza, un tanto ilusa, de que a última hora Leo dijera que jugaba gratis». No soy culé pero me gusta mucho el fútbol, me gusta cómo juega Messi hasta cuando, ¡ay!, le marca goles a mi equipo y por aquellos días tuve la misma esperanza que Laporta. Y no me parecía ilusa porque que Messi jugara gratis en el Barça no era una ilusión sino un acto de justicia. Al fin y al cabo, si para alguien el Barça ha sido muchísimo más que un club, en sentido literal, ha sido para Messi: llegó con 13 años y el Barcelona le pagó el carísimo tratamiento médico que necesitaba para crecer y sin el cual hubiera sido muy difícil llegar a ser la estrella futbolística que es el club trajo también a su familia a Barcelona y le proporcionó un empleo a su padre; el club tiró la casa por la ventana para contentarlo, lo convirtió en el futbolista mejor pagado del mundo y si ahora el club está en la bancarrota se debe en buena parte a los esfuerzos financieros que hizo para que siguiera vistiendo la camiseta azulgrana. Sólo en su último contrato esos esfuerzos alcanzaron los 555 millones a razón, según publicó 'El Mundo' en enero pasado, de 137 por temporada. Ese contrato incluía, además, una cláusula de 115 millones si lo renovaba y otra de 80 que, curiosamente, pretendía premiar su 'fidelidad'. Por tanto, lo justo era que Messi correspondiera con el Barça devolviéndole una pequeña parte de lo que el Barcelona le había dado y jugara gratis. Hasta tenía, si seguía ese camino, un espejo en el que mirarse: Joseba Etxeberria renunció a cobrar su último año de contrato en el Athletic de Bilbao como agradecimiento por lo que el club había hecho por él; incomparablemente menos que el Barça por Messi.

Publicidad

Pero como digo este no es un artículo sobre Messi sino sobre cómo la generosidad puede producir efectos indeseables. Es lo que temo que pasará con los 400 euros que el Gobierno va a dar a los jóvenes como regalo de mayoría de edad y con independencia de su nivel de renta. No sé si con ello ganarán votos PSOE y Unidas Podemos, quién sabe, lo que sí sé es que vamos a perder quizás la última oportunidad de enseñarle a los jóvenes, y precisamente en el simbólico momento en que alcanzan la plenitud de derechos y deberes, que el ciudadano que necesita cualquier sociedad para que progrese en bienestar, libertad y seguridad es el que contribuye antes de recibir. Necesitamos enseñárselo para que no olviden nunca que detrás de todo acto de generosidad del Estado –también del que les va a permitir disfrutar de 400 euros recibidos graciablemente–, hay un esfuerzo colectivo. Y también necesitamos enseñárselo por pura supervivencia: para que no dejen tirado a nuestro país. Como Messi al Barça.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.

Publicidad