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El pasado domingo, Iñaki Gabilondo señalaba desde la contraportada de este periódico que «opinar hoy es meterse en un cuadrilátero». Lo decía a cuenta de que, cansado de que le dieran mamporros por sus sosegados y siempre trabajadamente argumentados análisis de la política de nuestro ... país, tiró la toalla hace unas semanas y abandonó su cita diaria con los ciudadanos, mantenida a través de un videoblog alojado en el diario 'El País' que era visitado por miles de personas cada día.
Me recordó Gabilondo y su metáfora sobre el cuadrilátero en el que se meten quienes opinan en España uno de los textos de 'El infinito en un junco', ese bellísimo ensayo de Irene Vallejo encendido de amor por los libros. Cuenta Vallejo que en 1976, cuando España estaba de parto por la democracia, ser librero era una profesión de riesgo porque durante ese año y la primavera del siguiente librerías de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Pamplona, Tenerife, Córdoba, Tolosa, Getxo, Valladolid, junto a otras ciudades más pequeñas, fueron el objetivo de una serie de atentados (más de 200, una librería atacada cada dos semanas, según un titular de la prensa de la época), que crearon una atmósfera semejante a la del Berlín de 1935, cuando los nazis, aposentados en el poder, empezaron a acosar a los libreros y a hacerles la vida imposible.
Recuerdo ahora lo que decía Vallejo de lo que ocurría en España cuando, recién muerto Franco, se abría paso la Transición en medio de un fuego cruzado de anhelos e intereses y con los grupos nazis tratando de evitar que leyéramos lo que nos diera la gana. Después ETA, con mimetismo canalla, imitó a los nazis también en lo de perseguir libreros y quemar librerías, particularmente en el País Vasco. Recuerdo esto porque me pregunto si la decisión de Iñaki Gabilondo de dejar de difundir sus opiniones no ha sido, en realidad, la consecuencia de un acto de censura. Al fin y al cabo no lo ha hecho por su voluntad, sino para que lo dejen en paz; para no tener que moverse, por el simple hecho de expresar su opinión sobre lo que pasa alrededor, dentro de ese cuadrilátero donde la vida se dirime a insultos y descalificaciones como puñetazos.
No importa que ahora ya no exista ETA o grupos nazis dispuestos a silenciar a quienes no se someten a su voluntad. Antes, el comando Donosti ponía una bomba o hacía una pintada amenazante en la librería 'Lagun' de San Sebastián. O el comando Adolf Hitler, que cita Irene Vallejo, rompía el escaparate de la Librería Pórtico, de Zaragoza. Ahora una horda sin siglas pero con disciplinada voluntad de insultar, descalificar, amenazar y envolverse en santa indignación contra quienes osan expresar ideas que no son de su gusto, ejerce una presión intimidatoria cuyos resultados son los mismos que los que lograban los reconocibles enemigos históricos de la convivencia: el abandono, el cierre, el silencio. La voz ausente de Gabilondo –nada menos que de Gabilondo– quizás sea indicio de hasta qué punto expresarse con argumentos en España es una actividad de riesgo.
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