Estrasburgo es la capital europea por antonomasia. Acoge al Parlamento, al Consejo y al Defensor del Pueblo de la Unión Europea, además del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y una veintena de instituciones internacionales. Es sede también de la cacofónica Farmacopea Europea, que establece las ... normas de calidad de los medicamentos y vela por la salud de los habitantes del Viejo Continente, cruzando los dedos para que no se repita la epidemia de baile que asoló la ciudad en 1518.

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Fue a finales de julio de aquel año, cuando una señora arrancó a bailar sin cuento en medio de una feria ganadera. Meneó primero la pierna, luego el pie, al rato la tibia y más tarde el peroné. Un alguacil que intentó detenerla se sumó a la diversión, moviendo la cabeza, la cadera y el esternón. En menos de una semana, más de cuatrocientos bailongos, con los huesos desencajados y los fémures muy dislocados, atiborraban las calles de la otrora insípida capital de Alsacia, poseídos de un extraño furor que les hacía contorsionarse y voltear en mil piruetas sin descanso. Muchos murieron de agotamiento.

No era la primera vez que la danza de la muerte se cernía sobre Europa. En Sajonia, el azote divino se había llevado por delante medio centenar de feligreses durante las Navidades de 1020, además de un puente sobre el río Mosa en 1270, incapaz de soportar el peso de doscientos bailarines zapateando en trance. Entre los siglos XIV y XVI el fenómeno fue en aumento y constan documentados multitud de casos de esta extraña afección en Inglaterra, Suiza y Bélgica. El célebre Paracelso, a quien se atribuye la transmutación del plomo en oro, bautizó la enfermedad como coreomanía. En Italia la llamaron tarantismo, porque creían que los afectados habían sido picados por una tarántula, y en Castilla fue conocida como el baile de San Vito, en honor al tierno retoño de un patricio romano que se dejó cocer entre terribles estertores antes que apostatar de su ferviente catolicismo.

Sin que nadie acierte a comprender las razones, el baile de San Vito se cuela cada tanto entre nosotros. Esta vez ha llegado para quedarse, anunciando a bombo y platillo el Armagedón, el Fin de los Tiempos y el Juicio Final. Si no, dígame a santo de qué nuestros hijos ya no leen, ni escriben y se comunican todo el rato remedando espasmos en las redes sociales. Dicen que en el mundo digital de hoy en día, si quieres captar la atención alguien, que el mensaje cale o, simplemente, que te hagan un poquito de caso, lo mejor es grabarte en vídeo sacudiendo el trasero como un mandril y volcarlo luego en internet. Es esta una pandemia que no ha hecho más que empezar. Los políticos lo saben y pronto veremos al presidente de la Junta danzando para traer un tren digno a Extremadura, con Zelenski haciendo lo propio para detener la guerra en Ucrania. Entonces y solo entones, pensaré si me grabo bailándole esta columna.

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