
¡Barato, barato!
VAMOS AL LÍO ·
JAVI MORENO
Viernes, 16 de julio 2021, 08:49
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VAMOS AL LÍO ·
JAVI MORENO
Viernes, 16 de julio 2021, 08:49
La cultura del 'low cost' se nos ha colado hasta la cocina; literalmente. Hoy, llenamos la nevera de marcas blancas, decoramos nuestras casas con muebles ... de Ikea, y volamos, con lo puesto, en Ryanair. Y nada es por casualidad.
Esta tendencia es, en buena medida, consecuencia de la crisis económica y del debilitamiento que han sufrido las clases medias. Ante esto, el mercado ha ido redefiniendo sus nuevos consumidores, y muchos productos y servicios ya no van dirigidos a aquella clase media de hace una década: orgullosa, influyente y con un poder adquisitivo creciente... sino a unos individuos empobrecidos, que ya no se pueden permitir comprar lo que les place, sino lo que es más económico, útil y estrictamente indispensable.
Un dato curioso. La revista Forbes daba a conocer hace unos días la lista de las fortunas más grandes de nuestro país. Este año –otra vez– corresponden a Amancio Ortega, propietario de Inditex, y Juan Roig, el «hacendado» –permítanme el chascarrillo– de Mercadona. Tanto Zara, con su moda asequible a la par que elegante, como Mercadona han crecido en tiempos de crisis; precisamente porque ofrecen productos baratos y han sabido así absorber el consumo de esa clase media precarizada que quizá antes compraba en otros sitios y ahora no puede y se tiene que conformar. Cuántas veces hemos escuchado –o dicho– eso de: «Igual igual... no es, pero da el avío».
En este contexto, el 'low cost' ha ocupado definitivamente el mercado español y, lo que es peor, hasta la propia sociedad. Precios más bajos; pero también salarios más bajos; pensiones más bajas, becas más bajas... Todo, lo malo y lo bueno, parece ir en el mismo sentido; el de una rebaja –y hasta degradación– que afecta a casi todo, incluido las personas y su peculiar escala de valores en continuo proceso de devaluación. Mientras, el lujo está a otra cosa, en otra parte; muy lejana.
Porque aquí, en la periferia del boato y la opulencia, nos conformamos con que nos salgan las cuentas a base de ofertas, promociones y agresivas estrategias comerciales que –dicen– benefician al consumidor, al menos a corto plazo, pero que destruyen los márgenes de las empresas y con ello su rentabilidad. Esto al final, y lo estamos comprobando, se traduce en empresas que se marchan a países donde producir es más barato, más despidos o reducción de salarios, más paro... y lo que en un principio eran todo beneficios para el consumidor, acaba siendo enormemente perjudicial para la sociedad en su conjunto.
Y esto sí que debería inquietarnos. Porque una sociedad que permanece impasible ante la pérdida de derechos que ha costado décadas conquistar, tiene mucho de sociedad conformista; que está dispuesta a bajar su precio y hasta menoscabar sus condiciones de vida. Y es que si creíamos que la competencia por la calidad era dura, la que existe por la supervivencia en «lo mío es más barato», es feroz. Nos coloca en una desalmada subasta continua para ver quién puede producir y trabajar más, por menos. Hasta que llegue el momento en el que tengamos que trabajar casi gratis; y encima agradecidos.
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