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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 23 de octubre 2021, 09:10
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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 23 de octubre 2021, 09:10
Hace poco el mundo vio con horror la abrupta retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán. De la noche a la mañana, el pueblo afgano ... volvió a estar a merced de la banda tribal que la coalición estadounidense había derrocado tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Los yihadistas entraron en la capital casi sin resistencia y lo hicieron prometiendo que ya no eran los talibanes de antaño. Esta nueva versión 2.0 era más mediática y dio su palabra de que respetaría los derechos humanos y aplicaría nuevas leyes que traerían la paz y la estabilidad a su sufrida tierra. Comentaristas occidentales, desesperados por pintar una imagen positiva de una debacle tan funesta, les tomaron gustosamente la palabra o, al menos, la utilizaron para tratar de tergiversar la historia del traicionero abandono del país.
Sin embargo, las palabras que obviaron fueron las frases ominosas que los portavoces talibanes lanzaron como bombas mortales. Eran frases como «de acuerdo con los valores islámicos» o «en concordancia con el Corán» al hablar de los derechos humanos y las leyes que planeaban aplicar. En el mundo políticamente correcto de hoy, cuestionar estas frases, basadas en un contenido religioso, es considerado una especie de racismo. El hecho de que se basen en la fe permite inmediatamente aceptarlas como bienintencionadas.
Pocas cosas ahogan más el cuestionamiento y el debate que el concepto de fe. No importa si alguien propugna las ideas más intolerantes o, en el caso de los talibanes, impidan que la mitad de la población reciba educación. Si se menciona la palabra fe se convierte en un talismán eficaz contra la investigación y el debate. Esto incluye las ideas basadas en la interpretación literal del Corán, como la de los talibanes, que evitan las interpretaciones figuradas de un texto que creen que es la palabra inmutable de un dios perfecto.
Pero no son solo estos reaccionarios los que se escudan detrás de ese escudo celestial. Aquí en España también se utiliza el concepto de fe para ahogar el debate en torno a temas relacionados con otro texto religioso que muchos creen que es la palabra de dios. Esta semana, en respuesta a un recurso presentado por la extrema derecha para declarar inconstitucional la prohibición de financiar con fondos públicos los colegios que segregan a niños y niñas en aulas separadas, el Tribunal Constitucional emitió un borrador de sentencia en el que afirmaba que el principio de libertad de enseñanza y el criterio de los padres están por encima de la ley. En efecto, las creencias de los padres estaban escritas en piedra.
Es cierto que no se trata de exigir que se ejecute a una mujer violada porque no gritó lo suficiente para evitar su ataque, ni de prescribir la pena de muerte para los actos sexuales entre personas del mismo sexo, ni de lapidar a las novias no vírgenes, pero el principio procede de la misma fuente, la creencia en un texto arcaico por encima de las leyes del país.
Las creencias son tan importantes como el derecho a tenerlas, y tan importantes como el derecho a cuestionarlas, eliminando todos sus escudos sobrenaturales y exponiéndolas a la luz de la razón.
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