
Bares, qué lugares
CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 6 de febrero 2021, 09:19
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CAMINO A ÍTACA ·
TROY NAHUMKO
Sábado, 6 de febrero 2021, 09:19
Aquello me dejó completamente desconcertado. No importa cuánto lo intentara, sencillamente no me podía imaginar cómo aparecieron. Esas misteriosas, redondas y amarillas creaciones que nunca ... había visto en ningún otro lugar en todos mis viajes. Sin embargo, aquí en España, estaban en todas partes.
¿Cómo era posible que el resto del mundo no supiera de estas joyas secretas? Allí estaban, alineadas bajo el vaporoso mostrador junto a una gran cantidad de otras cosas con las que tampoco estaba familiarizado, pero que necesitaba probar. No hablaba español en ese momento y los gestos con las manos no me ayudaron a averiguar más. Para lo que sí me valieron fue para pedirme otra caña y, con suerte, otro pincho de la tortilla que la acompañaba.
Aquí en España los damos por sentado. Están en casi todas las esquinas. Siempre hay uno cerca cuando los necesitas y es fácil ver que en España los hacen mejor que en cualquier otro lugar del mundo. Simplemente no hay nada como un bar español. Claro, es posible que veas la palabra 'tapas' en las calles de Tel Aviv, Toronto o incluso Tokio, pero te garantizo que, no importa cuánto lo intenten, simplemente no será la misma experiencia. Eso es porque, incluso si los dueños del bar son de Badajoz, Pinofranqueado o han aprendido de los mejores de Granada, la sociedad que los rodea no los puede entender. No saben cómo se entrelazan con nuestra vida cotidiana. La palabra 'bar' puede ser análoga en muchos idiomas diferentes. Puede que se deletree igual e incluso suene similar, pero el bar español está en otra liga.
¿Dónde más puedes encontrar esos somnolientos ojos rojos rumiando sobre el primer café del día, codo con codo con alguien con ojos aún más rojos tomando la última copa antes de irse a la cama? ¿Recuerdas esos cacahuetes rancios que tuviste suerte de conseguir cuando te tomaste esa cerveza en Los Ángeles? ¿Qué pasa cuando te bajaste de ese autobús en aquel pueblo de Holanda y tenías hambre, y lo único que pudiste encontrar fue una máquina expendedora sin alma? ¿Qué tal esa copa de vino horroroso que pediste en Berlín y que te costó más que una botella aquí? ¿A dónde acudes después de un chapuzón en el mar o en una de las piscinas naturales de la región? A ese chiringuito civilizado, por supuesto.
Ahora, las calles están calladas. Veo gente temblando, acurrucada en las esquinas con cafés para llevar, obteniendo rápidamente su dosis de cafeína en silencio. Estas mismas palabras, una vez leídas y comentadas en el bar, ahora te miran desde una pantalla omnipresente. Cada vez son más los jubilados que ya no se molestan en vestirse y salir dar un paseo porque no hay tertulia en el horizonte.
Tantas vidas, y tanta vida se ha perdido con la pandemia. Esas esquinas se vacían y, con ellas, un modo de vida. Porque el hostelero es algo más. Sin ellos, miras las calles, ¿y qué ves? Solo otro enjambre de clones yendo del trabajo a la pantalla de su casa. Y esto nos lleva a la siguiente parada: calcetines con chanclas y cerveza caliente.
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