¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?

La primera vez que la vi fue en los primeros días de octubre. La clase de sociología comenzaba a las 8.30 de la mañana y cuando llegó ya había empezado, abrió la puerta tímidamente pidiendo permiso para entrar y se excusó, dijo que había ... salido del trabajo y le había sido imposible llegar antes. La miré y vi que llevaba el traje que usan los empleados de una cadena de supermercados. Le dije que pasara sin problema. Al terminar la clase se acercó a mí y volvió a pedir disculpas.

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Era menuda, pálida y sus ojeras presentaban a su cansancio. Ese día le había tocado ir a las 5 de la mañana a reponer las estanterías con los productos. Ni tiempo había tenido para cambiarse de ropa. Me explicó que no podría venir todos los días y que algunos llegaría algo tarde, «ya sabes, los turnos», dijo levantando los hombros. Ella era la que mantenía a su familia; su padre, albañil, se había quedado en paro cuando estalló la crisis del ladrillo que se llevó por delante a tantas familias; su madre también había perdido el empleo y tras tener que abandonar la casa alguien les había dejado una vivienda a las afueras de la ciudad. Insistió en que quería venir a clase, que tenía que sacarse la carrera, que tenía que mantener a su familia y que lo iba a intentar. «Mi sueldo es el único que entra en casa», repitió varias veces.

El curso siguió, ella venía a clase más de lo que yo había pensado. Por aquel entonces, en la universidad no existía la modalidad de evaluación global a la que suelen acogerse los alumnos que por cualquier motivo no pueden asistir a clase con regularidad así que estuve pendiente de que no se quedara descolgada si había que hacer algún trabajo en grupo y cosas así, no quería que sus mayores dificultades de partida se agrandaran. María, le he puesto este nombre ficticio, venía a clase cuando podía, mucho menos en el segundo semestre, a veces lo hacía con el uniforme, otras sin él, a veces llegaba a la hora, otras tarde, siempre con ojeras. Así hasta que terminó el curso.

He vuelto a recordar a María al ver el vídeo de Nano, otro joven que trabaja para mantener a su familia. Su madre, víctima de malos tratos, intenta sacar adelante a sus tres hijos y él ha abandonado los estudios para trabajar de día y de noche, dos trabajos. El vídeo se ha hecho viral y algunos le consideran una especie de héroe. Un famoso escritor ha manifestado su sorpresa por el nivel de responsabilidad que ha mostrado Nano. Un político se ha referido a él como un referente. Lo que leen. Mucho se ha hablado del esfuerzo y poco de la precariedad.

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A las pocas semanas de terminar las clases me encontré a María cabizbaja. Iba a aprobar todas las asignaturas pero temía no alcanzar la puntuación mínima para conseguir la beca, requisito por aquel entonces. ¡Qué ironía! Mientras hay quienes defienden que las becas se concedan a partir de una puntuación mínima para fomentar el esfuerzo ella, que tanto se había esforzado y tanto la necesitaba, se podía quedar fuera. Qué ceguera no ver que el 5 de María equivalía a un 8 del resto o que su 8 equivalía a una matrícula de sus compañeros.

Lo dicho. Mucho se habla del esfuerzo y menos de la precariedad y las desigualdades de partida.

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