En estos ya largos meses de pandemia los políticos han ensayado con nosotros, los ciudadanos, casi todos los tratamientos. Nos han tranquilizado quitando importancia a la crisis, al estilo Simón; nos han querido conmover, en modo Angela Merkel; nos han felicitado por la responsabilidad, al ... modo Pedro Sánchez, y nos han abroncado por la irresponsabilidad, como hizo el vicepresidente extremeño José María Vergeles el último día del año.Los pésimos datos con que Extremadura ha cerrado el 2020 llevaron al responsable de la sanidad regional a espetarnos, horas antes de las cenas de Nochevieja, que no había nada que celebrar. Extremadura ha pasado en solo dos semanas de tener las más reducidas cifras de contagios a encaramarse a lo más alto del ranking de incidencia, de ahí el enfado de Vergeles. También la declaración de impotencia. «Si yo supiera cuál es la medida capaz de bajar los contagios la tomaría», llegó a reconocer. A estas alturas, todos sabemos que no hay medidas mágicas capaces de controlar la extensión del virus. Salvo una, el confinamiento. Pero esa tiene consecuencias económicas catastróficas.
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Mi opinión es que la bronca de Vergeles tiene también efectos limitados. Los ciudadanos 'asustables' por las dimensiones que está tomando la pandemia en Extremadura ya estamos asustados, y quienes no ven el riesgo (quizá piensan que el coronavirus solo mata a los viejos, pero no a los de su familia) no se van a asustar por el dramatismo del vicepresidente.
Extremadura había manejado hasta ahora con relativa solvencia las temibles curvas. Ni la tasa de incidencia ni la ocupación de los hospitales han sido tan altas como en otras comunidades. La 'vía extremeña', que suponía no cerrar negocios ni decretar el confinamiento general de ciudades o de la región completa parecía funcionar. Hasta la última semana, cuando el número de contagios se ha disparado y amenaza con un enero negro a medida que los infectados lleguen a los hospitales.
¿Ha tomado tarde la Junta las medidas más restrictivas, como adelantar el toque de queda o limitar la actividad de los bares y la práctica deportiva?
Eso es lo que opina la oposición, y a la vista de la curva rampante de contagios cabe responder que sí. Que ha sido tarde. Pero esta crítica tiene algo de ventajista. Si suben los contagios criticamos que no se hayan cerrado a cal y canto bares y comercios; pero si se decreta antes el cerrojazo alentamos a los propietarios de los negocios en su protesta y nos ponemos dramáticos diciendo cuánto echamos de menos el desayuno o las cañas en nuestro bar preferido. Que ya está bien de coartar nuestra libertad.
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El propio Vergeles reconoció en su rueda de prensa del día 31 que en el Consejo de Gobierno hubo un largo debate sobre qué medidas tomar y hasta dónde llevar las restricciones. Y tiene lógica. Probablemente lo fácil es decretar el cerrojazo de todo y desentenderse de las consecuencias económicas que eso tiene.
Desde el principio de la crisis Fernández Vara dijo que Extremadura no se podía permitir otro confinamiento. Quizá en el País Vasco, Cataluña o Navarra se cierran bares y comercios durante un mes (se han cerrado, de hecho) y no pasa nada. O pasa muy poco. En el momento en que se vuelven a abrir sus economías, que van como un tiro, se recuperan y vuelven a crear empleo y riqueza para recuperar lo perdido. Pero Extremadura, que en esta crisis ha vuelto a superar los 100.000 desempleados, sale, cuando salga, muy tocada. De ahí la resistencia del Gobierno extremeño a aplicar el cerrojazo.
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