Tomo prestado el título de la novela de Isabel Martín pues, como en ese relato, hay quien se empeña, si no en devolver a Extremadura a los estertores de la Edad Media, sí en mantenernos en una foto estática, sin futuro, sin industrias, sin empleo ... y, a la postre, sin habitantes.
El penúltimo aldabonazo lo acabamos de vivir con el auto del Supremo sobre Valdecañas. Tras un periplo de 16 años, en el que los ecologistas más conocedores de la realidad dieron por buena la postura de mantener lo que ya hay (¿en qué cabeza cabe que derribar aquello lo devolvería a la situación anterior?) otros habían hecho ya del proyecto su cruzada personal, su limitada visión en blanco y negro, sin pararse en que es inviable, como digo, devolver la zona al estado inicial ni en que ponen en riesgo el empleo de 400 familias y destruirán la esperanza de supervivencia de varios núcleos rurales.
Pero es que hace unos días, vimos cómo se pretendían eliminar las piscinas naturales que suponen uno de los mayores atractivos turísticos del norte extremeño, con argumentos tan peregrinos como que las pisadas de los bañistas compactan el lecho de los ríos y ponen en peligro el ecosistema (¿y dónde queda el principio de Arquímedes?, si se me permite la broma).
Poco antes, vivíamos el caso del complejo budista de Cáceres donde, de nuevo, surgen advertencias de problemas para su ejecución, y ya se amenaza, no sin cierta soberbia a mi juicio, con un «ya veremos» respecto al complejo Elysium.
Y suma y sigue: trabas a parques fotovoltaicos y eólicos, litio, refinería, Plataforma Logística… Lo dicho, el bucle infinito.
Poco parecen afectar a quienes, desde un ecologismo integrista que concibe la sostenibilidad como el mantenimiento de supuestos paraísos virginales que ya no existen, sus propias contradicciones, incoherencias y esperpentos. Porque no es coherente clamar por Valdecañas-Paraíso Natural, cuando Valdecañas existe por la acción del hombre, que construyó un muro y embalsó el agua. Porque tampoco lo es rechazar de plano la extracción de litio, mientras se acude a las movilizaciones a bordo de vehículos que emiten contaminantes o funcionan con baterías… de litio, y se usan ordenadores y móviles que llevan baterías del mismo material. ¿Es que la minería de litio solo es asumible si la 'padecen' otros?
Muchas de esas 'Plataformas del no' aprovechan la buena fe del ciudadano para hacer planteamientos maximalistas falsos: «O se deja todo como está, o se destruye la naturaleza extremeña».
Obvian, por conveniencia, que, por ejemplo, el ecosistema emblemático de Extremadura, la dehesa, es fruto de la mano del hombre. Y qué decir de los cerezos del Jerte, que cada primavera nos ofrecen un espectáculo maravilloso que genera riqueza turística, y además deriva en la producción de un fruto apreciado y cotizado, ¿acaso los cerezos estaban ahí desde la Prehistoria?
El modelo de ahora no es sostenible, pues expulsa del medio, del ecosistema, a una de las especies, la humana
¡Pues claro que la acción del hombre tiene efectos en el medio! ¿Es eso antiecológico? ¿Acaso no es la ecología el estudio de los seres vivos como habitantes de un medio? ¿El extremeño no es un ser vivo? Porque mientras los postulados maximalistas de personas que no tienen realmente relación con el medio que dicen proteger se imponen, ese ser vivo que es el extremeño se ve abocado a coger las maletas y marcharse.
Háganse censos de aves y de plantas, pero también de personas, y veremos el resultado de este extremismo.
Una carretera, una fábrica, un hospital… todo tiene impacto. El factor determinante no es, pues, no hacerlo, sino que las acciones sean equilibradas y controladas; en suma, que sean sostenibles.
No hacer, no permitir, no tolerar es también una forma de hacer. De hacer que nuestra región quede anclada en el subdesarrollo, que nuestro capital humano emigre, que las zonas rurales se vacíen y que dependamos, in secula seculorum, de las subvenciones que tengan a bien darnos.
Urgimos desde Creex, por tanto, no al mero cambio de unas zonas protegidas por otras, sino a la redefinición completa de esa protección. Nuestra riqueza natural no puede convertirse en una condena. Cambiemos lo que haya que cambiar para que el «no» se transforme en un «según», es decir, caminemos hacía un modelo sostenible de verdad. El de ahora no lo es pues expulsa del medio, del ecosistema, a una de las especies, la humana.
Demos a todas esas plataformas y voces de rechazo su verdadero valor, porque no lleva más razón quien más grita. Nuestro modelo de desarrollo en Extremadura no puede asentarse en la inseguridad jurídica y en espantar a los inversores, sino en promover el equilibrio y facilitar las iniciativas que casen con un modelo realista.
Hacerlo de otro modo es un suicido demográfico, una lenta agonía a la que ya estamos asistiendo.
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