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Burlarse de una enfermedad es siempre reprobable

Tribuna ·

Nadie tiene que aceptar injerencias arbitrarias o abusivas en su esfera privada, en la de su familia, en su domicilio, su correspondencia o en su reputación. Ahí están los límites a la libertad de expresión: el respeto a los derechos de los demás

GUADALUPE MUÑOZ ÁLVAREZ

Martes, 12 de abril 2022, 09:15

El ejercicio de la libre expresión que ofende a cualquier persona es siempre injustificado y es poco ético que en algunas situaciones, como se ha advertido en los hechos que se apreciaron en la última entrega de los premios Oscar, se haya reprendido reiteradamente solo ... la ira de un marido que se irrita por el ataque a su mujer a causa de las consecuencias de su enfermedad, sin reprobar con el mismo rigor la crueldad de un presentador que se mofa con mordacidad de la alopecia de la enferma y nadie señala esta maldad que ha tenido trascendencia social, ofendiendo a miles de personas que sufren el ataque de una patología terrible. Los dos comportamientos son inaceptables, no solo cabe la reacción contra uno de ellos como ha sucedido. El presentador produce un daño psicológico y la bofetada es una afrenta física, pero son igualmente execrables, sin embargo solo es reprendido hasta la saciedad el que propinó la bofetada.

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La libertad de expresión tiene un marco legal que no puede traspasarse. Es preciso poner de relieve lo que ha significado en la actualidad la aparición de internet, que tiene una extensión inconmensurable y muy difícil de controlar pero ya en el año 1969 la Convención Americana sobre Derechos Humanos en el Pacto de San José de Costa Rica imponía a los firmantes unos límites a la libertad de expresión muy concretos para garantizar la convivencia: queda prohibida la propaganda en favor de la guerra, la apología del odio nacional, religioso y del terrorismo, la incitación a la violencia contra cualquier persona, tampoco pueden admitirse los ataques de raza, color u orientación sexual, promover tiros en la nuca, ni que se incite a atacar a un oponente ideológico alegando que tiene opiniones contrarias y hay que reprobar igualmente los insultos en canciones o anuncios.

En la Declaración de la Organización de Estados Americanos promulgada en el año 2011 se establecieron otros límites muy concretos que no pueden traspasarse. Nadie tiene que aceptar injerencias arbitrarias o abusivas en su esfera privada, en la de su familia, en su domicilio, su correspondencia o en su reputación. Ahí están los límites a la libertad de expresión: el respeto a los derechos de los demás. Parece que en la actualidad se censura sin ningún sentido la defensa de un familiar o allegado, se califica de machismo la conducta de un hombre que reprueba una burla inicua. Es no entender lo que supone el ataque a un familiar cualquiera que sea el parentesco.

El presentador de los Oscar produce un daño psicológico y la bofetada que le da Will Smith es una afrenta física, pero son igualmente execrables

En España, el Tribunal Constitucional ha sido muy concreto en la exigencia del respeto al honor y a la intimidad, ya en el año 1991 dictó una sentencia muy conocida declarando la violación de la intimidad de una actriz cuando se rebeló el nombre de la madre biológica del hijo que había adoptado. Un Tribunal ordinario condenó la expresión infligida a un político calificándolo de cocainómano, una invención llena de maldad que produjo un daño personal y familiar difícilmente reparable. Igualmente lo consideró «un determinado ataque gratuito que ninguna legitimación puede tener».

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Un ilustre periodista ha expresado que todos quieren la libertad de expresión siempre que coincida con sus opiniones. Actualmente parece progresista exigir una libertad ilimitada pero admitir las agresiones verbales injuriosas o incitaciones al delito es un concepto antidemocrático. Para vivir en armonía hay que aplicar el antiguo aforismo muy repetido y poco aplicado: el derecho individual termina donde empieza el de los demás.

Los Derechos Fundamentales son un conjunto de normas de recto comportamiento que se han conquistado a lo largo de la historia con mucho esfuerzo y la justicia debe prevalecer ante cualquier impulso circunstancial negativo que pueda destruir una convivencia pacífica. No es impedir la crítica, ni establecer la censura sino promover el respeto que merecen todos los ciudadanos para alcanzar «el universo moral» que han propugnado filósofos de gran relieve.

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