La toma de posesión ayer de María Guardiola como presidenta de Extremadura supone un principio y un final. Cierra dos legislaturas consecutivas de gobiernos del PSOE y casi cuarenta años sin alternancia política en la región (salvo el periodo de Monago entre 2011 y 2015) ... y abre un mandato en el que tendrá que demostrar esa «transformación honda y necesaria» que prometió en su investidura.
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Con el acto protocolario de ayer se cierra un periodo convulso desde la noche del 28-M, en el que los socialistas han pasado de la incredulidad del resultado electoral a la asunción de que están en la oposición y sin líder, y los populares tendrán que abandonar los eslóganes para empezar a gestionar. Y esto último, con una compañía incómoda pero imprescindible, como es la de Vox. El portavoz del Grupo Popular en la Asamblea y su persona de confianza, Abel Bautista, pidió muy conscientemente cien días de cortesía para Guardiola, pero ella sabe que no será así. La primera presidenta de Extremadura tiene entre otros retos urgentes recuperar su credibilidad, marcar la hoja de ruta real –esa que solo el presupuesto y los plazos le permitirán cumplir–, y empezar a demostrar gestión cuanto antes.
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