¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?

Con la sedición de por medio, cual oportuna tinta de calamar, exhuman a Queipo y sacan un colorido sello de Correos que conmemora los cien años del Partido Comunista. En Correos manda Serrano, ex jefe de gabinete de Pedro Sánchez.

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En España, en demasiados sitios, ... se han pasado por el arco del triunfo la resolución 2019/2819 sobre la importancia de la memoria histórica para el futuro de Europa. Resulta extraño que nadie acuda a ella ahora que nos imponen la Ley de Memoria Democrática. La resolución nos pedía «una cultura común de memoria histórica que rechace los crímenes de los regímenes fascistas y estalinistas, y de otros regímenes totalitarios y autoritarios del pasado», y sitúa al totalitarismo en su conjunto, no solo a una parte de él porque no hay «totalitarismos buenos y malos». Mientras los crímenes nazis fueron castigados en Núremberg, los crímenes perpetrados por el estalinismo han pasado de rositas siendo tan preciso su propio Núremberg. Si no fuera tan doloroso y humillante para tantas víctimas sería para desternillarse que se considere demócrata de nacimiento al ya centenario PC.

Se me puede argüir que todos tenemos derecho a Damasco.

Luis Escobar, el entrañable y prognato marqués de Leguineche, era, además de actor, muchas más cosas, entre otras, marqués de verdad. Escribió unas memorias tan interesantes como divertidas que he releído. Era hermano de José Ignacio, marqués de Valdeiglesias, letrado del Consejo de Estado, director de La Época y político. Acendrado monárquico, Valdeiglesias vivió en primera fila los convulsos años de la República. Si uno lee la trilogía de Eugenio Vegas Latapié y el ‘Así empezó…’ de José I tendrá información de primera mano de lo que estaba sucediendo. Leyéndolos parece que uno es un pasajero más del De Soto del marqués.

«¿Hay acaso un hombre menos libre que el demócrata? Está sometido –generalmente sin tener conciencia de ello y de ahí la suma irrisión– a los tiránicos caprichos de mil poderes, no por anónimos menos absolutos: la opinión pública, la prensa, la radio, los partidos políticos, los trusts económicos, los usos, los eslóganes, las sugestiones de la propaganda, etc. Tiranía específicas de la democracia a las cuales deben ser agregadas las genéricas de la vida moderna: la fiebre del trabajo, la de ganar dinero, el dinamismo a toda costa, el automatismo, el mimetismo…». «Tras cada liberalismo está acechando siempre una nueva tiranía; tras cada democracia, una demagogia; y junto a cada urna electoral, una opinión pública prefabricada que pesa sobre el elector, una prensa y una radio que ocultan tras de sí poderes anónimos e incontrolables, pero terriblemente eficientes…».

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No son reflexiones de Valdeiglesias, son de Aranguren, catedrático de Ética en la Complutense desde 1955, que las firmaba en Arriba en el año 1948.

Lo recuerda el marqués en ‘Así empezó…’.

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