Mens sana in corpore sano'. Esta máxima sigue de rabiosa actualidad, a pesar de los siglos que han transcurrido desde que fuera acuñada por un ... poeta de la antigua Roma. En los países de la vieja Europa, seguimos dándole mucha importancia a las prácticas físicas y constituyen una materia obligatoria dentro de las aulas. Seguimos tratando con mucho respeto a quien se dedica a cualquier deporte de forma profesional, conscientes del esfuerzo y el sacrificio que conlleva. Disfrutamos de competiciones y partidos, sobre todo en las gradas de los estadios, porque nos permite admirar de cerca el esfuerzo, la emoción y el compañerismo que une a los equipos. Además, el deporte en su esencia, es una escuela de valores. Enseña disciplina, respeto, responsabilidad y honestidad.
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El problema surge cuando estos principios quedan relegados a un segundo plano por la presión competitiva o, peor aún, por la actitud de quienes deberían ser los primeros en fomentarlos. Basta acercarse a un campo de fútbol infantil, cualquier fin de semana, para ser testigo de un fenómeno que dista mucho del espíritu deportivo. Y no solo sucede con el balompié, desgraciadamente es cada vez más común en cualquier tipo de disciplina. Padres que gritan al personal arbitral, que insultan al equipo rival o presionan a sus propios hijos e hijas hasta el punto de hacerles olvidar que lo más importante es divertirse.
El rizo se riza cuando las personas que entrenan, que tienen el deber de educar tanto en la técnica como en los valores, en lugar de corregir estas conductas, las promueven a base de permisividad y mirar para otro lado. No reprobar una actitud agresiva, o incluso alentarla, envía el mensaje equivocado y les hace creer que el marcador es lo único importante.
Tenemos que tener claro que esta toxicidad no es inocua. Los menores aprenden con el ejemplo y, si lo que ven en la cancha es hostilidad y desprecio por las reglas, eso es lo que acabarán interiorizando.
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Nuevamente, la culpa es de los adultos. Padres y madres deben recordar que su papel es apoyar y no dirigir desde el graderío ni humillar al contrincante. Por su parte, quienes entrenan, deben inculcar respeto por el rival y el trabajo en equipo. La verdadera victoria no está en el resultado, sino en la formación integral del deportista.
Ante este escenario, es fundamental hacer un esfuerzo conjunto. Clubes, patrocinadores, federaciones y otras instituciones tienen que velar porque el juego sea limpio y crear campañas de concienciación, además de imponer sanciones claras para quienes susciten conductas ofensivas. La educación en valores debe formar parte de la instrucción, tanto como la práctica y la estrategia.
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Esto no significa eliminar la competitividad, sino equilibrarla con el aprendizaje y el respeto. El deporte es una herramienta perfecta para impulsar la superación propia, la solidaridad y el reconocimiento de la diversidad. Permite que niñas y niños encuentren un espacio de desarrollo y pertenencia. No lo enfanguemos, este es el trofeo más valioso que pueden ganar.
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