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Todavía queda mucho por hacer y son necesarios otros tres centenares largos de hembras que pongan a la especie fuera de peligro
César Muñoz Guerrero
Martes, 25 de junio 2024, 07:47
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César Muñoz Guerrero
Martes, 25 de junio 2024, 07:47
Estos días recibimos por fin buenas nuevas del lince ibérico, y es que resulta que veinte años después de encontrarse en situación crítica su población se ha multiplicado por 21,5. Con los datos que tenemos, no sé si en la mano porque pueden variar ... de un momento a otro, la especie ha pasado de 94 ejemplares a principios de siglo a 2.021 en la actualidad. Por la evolución constante en que se encuentra la especie, cuya reproducción ha alcanzado sus cotas máximas en los últimos cinco años, es difícil delimitar el logro, saber hasta dónde se va a llegar, pero lo que sí queda claro es que la tendencia es positiva.
En una época de tantas dudas y tanto pesimismo, en definitiva es una alegría que este gato genial haya sobrevivido. Como dicen en los pueblos, siempre habrá quien no quiera reconocer el logro. Entre tantas noticias, ya no hay que indicar que malas, el florecimiento de este animal icónico brilla como oro. El paño somos nosotros, que debemos cuidarlo como si fuera de la familia, y suerte que no tenemos que derramar lágrimas por su pérdida.
Los que hemos sido visitantes habituales de los parques nacionales que tenemos alrededor o en cercanías, en este caso Cabañeros, Monfragüe y Doñana, hemos convivido en nuestros paseos por sus recovecos con los famosos guías que durante años hablaban del lince como si de mitología se tratara. El lince ibérico ha estado en las paredes de nuestras habitaciones, en estampas de carteles de los gobiernos autonómicos cuando eran una rareza y los fotógrafos unos afortunados.
Hoy seguimos en parte en esa tesitura, ojalá no tardemos en dar otro giro a la situación y podamos verlos corriendo por nuestros montes, en los que tienen criaderos privilegiados y de donde parten hacia rutas inciertas que los conducen a los rincones de España. Un día se acercó uno a Esparragosa de Lares y echó a andar como en término propio.
Otro aspecto que los favorece es la presencia del conejo, con el que a finales del pasado siglo se hicieron experimentos que casi dieron con sus huesos en la tumba. Ese factor también ha cambiado y tendrá una incidencia importante en la realidad del lince, que se alimenta de ellos.
¿Cuánto tardaremos en volver a verlos haciendo de las suyas por nuestros entornos? Quizá sea todavía pronto para que se nos responda esa pregunta. Lo que sí se nos ha comunicado es que nada de cazarlos, a la ciudadanía, y nada de bajar las inversiones y las subvenciones en lo que respecta a los programas para su recuperación, dependientes de las administraciones públicas. Regiones, España y Europa quedan avisados por los que entienden de esto: todavía queda mucho por hacer y son necesarios otros tres centenares largos de hembras que pongan a la especie fuera de peligro.
Pondríamos la mano en el fuego porque quienes han ayudado a que lleguemos a esta coyuntura favorable son los mismos que saben cómo apuntalarla. A nadie le habrá nacido interés por cazar linces. Más nos esperaríamos un resbalón de alguna autoridad, que son los que suelen tenerlos en estos casos, aun a costa de cargarse lo que podría calificarse de milagro español.
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