Matemáticas. ¡Cuántos recuerdos nos trae esta palabra, bendita y maldita a la vez! No hay otra ciencia como esta, sencilla e inacabable, antigua y futurista, tortura y promesa de mejora de calidad de vida. Sus formulaciones en algoritmos, ecuaciones o simple regla de tres sirven ... igual para facilitar nuestra existencia que para destruirla, para crear calculadoras que para la bomba atómica.
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Ahora están en boca de todos, en su modalidad educativa, a causa del famoso informe PISA, que mide el rendimiento de los estudiantes a escala mundial. Su última entrega ha puesto muchas cosas de relieve. A cada uno le interesan por encima del resto las que nos pillan más de cerca. Y respecto a eso, lo que viene a decir es que la situación de España es francamente mejorable.
No es de recibo que uno de los países más desarrollados del mundo (muchas veces a pesar de su nivel político) esté a la expectativa en cuanto compete al aspecto académico. En esto intervienen dos actores fundamentales: estudiantes y docentes. Luego hay otro que es el responsable de la política educativa, que la propone y planifica. En ese sentido aquí parecemos sumidos en un continuo despropósito.
Ya sabemos que la inmensa mayoría de los alumnos y sus profesores anhelan sacar adelante su trabajo en condiciones óptimas. Eso se da en todos los sectores profesionales y hasta sociales, si bien los que obstaculizan el camino de los demás siempre hacen más ruido. Pero claro ¿cómo proceder si los que estropean el tinglado son quienes lo encabezan?
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Hace algunos años que estas estadísticas indican que en España las leyes educativas habían venido por malos caminos y se iban a ir por malos pasos. Aun así resistimos y aportamos grandes personalidades al acervo global; hay que decir que más en el plano ejecutivo o práctico que en el intelectual. Otra cosa es que estén saliendo por el contexto laboral.
Aunque la ciencia es uno de los planos en que un país debe destacar si piensa en estar a la vanguardia de nuestro tiempo, parece que de las humanidades no se quiere hablar. Quizá habrá quien alegue que no tiene sentido insistir en una tierra por donde ha pasado el crisol de culturas que determinó el rumbo de la civilización occidental. Pues por eso precisamente hay que insistir, entre otros motivos para seguir teniendo de qué presumir. De hecho la lengua es el otro talón de Aquiles de nuestro sistema, a la altura de las matemáticas.
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Hay desplegadas a lo largo del territorio facultades universitarias capaces de instruir en cualquier disciplina. También se detecta el talento antes de los estudios superiores. Con esto, no vamos sobrados de matemáticas ni de lengua. Y como una sociedad se forma desde la base, haríamos bien en hacer caso al dichoso informe.
El presidente del Gobierno ha dicho que se pondrá a ello y que destinará más de 500 millones de euros a progresar en matemáticas y comprensión lectora. Lo malo es que todos nos imaginamos que decir que se va a poner a ello y anunciar una lluvia de millones no garantiza nada, porque lo mismo han hecho sus antecesores y aquí estamos. A ver si esta vez.
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