Entre toda esta desorientación festiva y consumista, hay dos historias del Nuevo Testamento que demuestran la absoluta incompatibilidad del cristianismo con el modelo económico que ... celebramos estos días. Quizá la alianza secular de rogadores con mazo ha transparentado estos dos fragmentos que hacen de Jesús uno de los primeros y más incisivos maestros de las cosas inútiles.
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El Evangelio de Lucas (10:38-42) cuenta que un día Jesús fue recibido en casa de una mujer llamada Marta y de su hermana María. Durante la visita, Marta «andaba afanosa en los muchos quehaceres», preparando la casa, la comida… siendo productiva, en definitiva. Marta estaba convencida de que Jesús esperaba de ella ese afán productivista. María, en cambio, se sentó «a los pies del Señor» y se limitó a escucharle y a disfrutar del momento, sin hacer nada más. Marta se enfadó y le preguntó a su invitado: «¿Te parece bien que mi hermana me deje sola con las faenas?». Entonces Jesús le dio una lección básica de inutilidad: «Tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, y sólo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor…». No soy teólogo, pero sí puedo percibir que está defendiendo la disociación entre el beneficio y la producción. No hacer nada puede ser muy beneficioso y hacer cosas puede llevarte a perder lo importante.
El otro fragmento es más relevante si cabe porque pertenece a la Fuente Q, la primera compilación de textos del cristianismo realizada entre el año 40 y 60 y, por lo tanto, muy pegada a los hechos que relata. La Fuente Q recoge discursos y parábolas de Jesús, sin pretensión alguna por conectar su vida con las profecías del Antiguo Testamento. Esta compilación se ha perdido, pero se piensa que existió porque los evangelios de Mateo y Lucas comparten dichos de Jesús escritos en términos muy similares, lo que sólo se puede explicar a partir de la existencia de una fuente primigenia.
La parábola de los obreros de la viña, en Mateo (20: 1-16), culmina unas páginas dedicadas a advertir sobre el mal que lleva aparejada la riqueza. Cuenta que el señor de unas tierras contrató a primera hora a unos obreros para sus viñas a cambio de un denario. Volvió a las nueve de la mañana y contrató a más obreros asegurándoles que les daría «lo que sea justo». Así varias veces al día, incluso por la tarde contrató a más obreros. Al acabar la jornada, el señor les llamó para pagarles. Para su sorpresa, les dio a todos lo mismo, a los que habían trabajado el día entero y a los que lo habían hecho apenas una hora. Lo mismo: un denario. Los que habían llegado los primeros se quejaron: a más mérito, más recompensa; a más trabajo, más dinero. Pero el señor les cortó «¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío?».
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En esta parábola la promesa es un mundo sin meritocracia, donde no se compite hasta la extenuación para hacernos merecedores de más dinero y donde se duerme sin bruxismo, sin pastillas, sin la obsesión enfermiza por la plusvalía. Un mundo que suena bien, la verdad, pero que no cabe en este.
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