Llega el Womad y con él los debates que vienen entreteniendo a los cacereños cada mes de mayo desde hace más de 30 años. Para unos se ha perdido el espíritu original del festival, otros despotrican de esta ciudad rancia en la que sólo ... gusta el novenario de la Virgen, aquellos echan pestes porque se llena todo de perroflautas, los de más allá se mofan del cartel porque a los músicos no los conoce nadie… El caso es que decenas de miles de personas inundan cada año la parte antigua durante tres días en los que a Cáceres le gusta presumir de ciudad abierta y multicultural, con sus calles alegres de ropas de colores y su ratito de danzas y músicas del mundo sobre fondo medieval en las colas del telediario de La 1.
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Este es el primer Womad de Rafael Mateos como alcalde y ha decidido dejar su impronta metiendo mano a un problema con el que sus antecesores habían hecho la vista gorda. Todos los años el alcalde o alcaldesa de turno recordaba en los días previos al festival que el botellón está prohibido en la ciudad, y por lo tanto también en el Womad, y todos los años la Plaza Mayor y sus alrededores acababan convertidos en un mar de botellas y bolsas de plástico. La excusa que se daba para no actuar era siempre que no se quería provocar un conflicto de orden público, así que la policía se limitaba a mirar desde lejos y controlar que nadie metiera botellas de cristal ni se pasara de la raya.
Pero Mateos ha dicho basta. «Hemos venido a ser valientes», declaró hace unos días al anunciar que este año el botellón no sólo va a estar prohibido, que ya lo estaba, sino que además se va a hacer cumplir esa prohibición. ¿Cómo? Pues con controles policiales en los accesos a la Plaza Mayor y los demás recintos de conciertos, donde los agentes sólo dejarán pasar con botellas de agua sin tapón, que por cierto es lo mismo que ya se hizo con éxito en marzo del año pasado en el multitudinario concierto de Los 40, al que asistieron más de 10.000 personas y no hubo rastro ni de botellón ni de incidentes.
Rafael Mateos ha recibido elogios por este firme compromiso de que el único alcohol que se consuma en el Womad sea el que vendan los bares. Los más contentos son, como es de suponer, los hosteleros de la Plaza, seguidos de los vecinos que venían reclamando que alguien hiciera algo. También se alegrarán quienes, en defensa no tanto de la salud pública como de la estética y el gusto musical, veían con el gesto torcido que media Plaza Mayor estuviera más pendiente de echarle hielo al roncola que del desempeño de los artistas sobre el escenario.
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En unos días sabremos si Rafael Mateos tiene éxito en su cruzada por el primer Womad sin botellón y si es el primer paso para recuperar esa «esencia» originaria del festival que tanto añoran los nostálgicos.
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