Agárrate que vienen curvas, comarcales y de bache hondo. Según informaba este medio, Extremadura comienza la aventura escolar con mil quinientos alumnos menos que el año pasado. Bueno, que no son tantos. Tampoco hemos matado a nadie. Quizás hemos hecho un poco de daño a ... nuestra región, pero nada más. En la RAE no figura nada parecido a «comunicidio» y ya que aún no ha aparecido la persone que fluya tanto en el género que termine erigiéndose como Extremadura en carne viva, estamos bien, la cosa marcha. Pero démonos tiempo. La sátira está servida en este corral de comedias y los guionistas están calentando el horno para la siguiente remesa. El caso es que en 2018 el curso arrancaba con más de 178.500 alumnos. Este, con 169.750. En cuatro años y medio han desaparecido 8.750 alumnos, niño arriba, niño abajo. ¿Cuántos pueblos se conocen con tal densidad de población en nuestras tierras? Yo sé de unos doce o trece cercanos al mío, pero el Instituto Nacional de Estadística dice que trescientos setenta y dos. Si hiciésemos un ejercicio de prudente exageración, si es que tal combinación de palabras existe, y acelerásemos el tiempo como Netflix un domingo a las cuatro ¿Cuántos años harían falta para la desaparición de toda tradición rural? Esa España vaciada, la España rural que tanto les sirvió a unos como lema, para como lema permanecer y nada más. «Rédito político» lo llaman los entendidos de la parafernalia electoral. Almendralejo, Badajoz, Cáceres, Coria, Don Benito y Villanueva, Jerez de los Caballeros, Mérida, Miajadas, Montijo, Navalmoral de la Mata, Olivenza, Plasencia, Villafranca de los Barros y Zafra, últimos vestigios que mirarían entre lágrimas a sus hermanos caídos. Solo quince supervivientes, mera exageración. Un estudio de la Universidad de Pensilvania refleja que el noventa por ciento de las cosas que nos preocupan nunca suceden. ¿O sí? El tiempo nos dirá. Mientras, optimistas, obnubilados, arrogantes y simplones de alta cuna echan otra partida al mus haciéndose selfies con sus nuevos Iphone 13, brindando a carcajadas entre compadres de todos los colores cuando se apagan las cámaras. Todo continúa negro, pero uno termina ya hasta las narices de tanta bruma y fanfarrón. Algo positivo debe haber en todo esto. En estas quiero acordarme de las palabras de mi tío. En uno de tantos paseos en círculos por su jardín gaditano, marinando la charla con un vino blanco bien frío, se acordaba de su Extremadura como si viese su contorno en las nubes. Yo solo le hablaba de la baja natalidad, de desacuerdos políticos y teatro de congreso, sin darme cuenta de que para él Extremadura era otra cosa. «Las cosas saldrán como tengan que salir, pero lo que nunca nos podrán quitar es que hemos viajado tanto y hemos poblado tantas tierras que el extremeño puede permitirse nacer donde quiera. Tómate otra». Otra de tantas.

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