Cuando el pasado mes de marzo se difundieron las primeras noticias sobre la aparición de trombos en algunos pacientes vacunados con AstraZeneca, en HOY nos preguntamos si los ciudadanos convocados para inmunizarse en los días siguientes se iban a echar atrás. Si el miedo ... a sufrir posibles efectos adversos llevaría a rechazar la cita de Salud Pública. Preguntamos al SES y nos sorprendió comprobar que solo un 3,5% de los llamados no habían acudido a vacunarse. La inmensa mayoría había apreciado que los riesgos de ponerse la vacuna y sufrir algún efecto indeseable era infinitamente menor que el de contagiarse de covid y acabar en el hospital.
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Pero la polémica sobre la seguridad de la vacuna desarrollada en la Universidad de Oxford ha renacido y esta misma semana la Agencia Europea del Medicamento ha vuelto a analizar por enésima vez hasta dónde llegan los riesgos y en qué tramos de edad es más plausible que se puedan producir trombos. La conclusión ha sido, de nuevo, que los riesgos son infinitamente inferiores a los beneficios y que hay que continuar administrando la vacuna. Y de nuevo hemos comprobado que las negativas a vacunarse son residuales: en torno a un 3%.
El lío político-sanitario montado en España ha sido tal, que no es de extrañar que algunos ciudadanos estén confundidos. El hecho de que las comunidades hayan tomado decisiones por libre, suspendiendo la vacunación, como Castilla y León, solo ha servido para incrementar la confusión.
Pero, si atendemos a la reacción de los extremeños, el temor creado por las suspensiones y los cambios de criterio es menor que el deseo de vacunarse. «Cuando me dijeron que podía vacunarme no lo he dudado. Me la he puesto y que sea lo que Dios quiera», le contaba Milagros Noriego el pasado jueves en Badajoz a la periodista Rocío Romero tras someterse al pinchazo. Rosa Silveira, otra señora vacunada la misma mañana lo tenía claro: «Más daño hace el virus que la vacuna. Te tomas una aspirina y te puede pasar otra cosa». Estas opiniones recogidas al azar prueban quizá que la confianza en la ciencia está más extendida de lo que creemos. A la hora de la verdad la mayoría confiamos en las vacunas, en la sanidad basada en evidencias científicas y no en el curanderismo que nos venden por Internet. Sin ser científicos sabemos que no hay medicamento sin contraindicaciones o efectos secundarios. Valoramos beneficios y riesgos y decidimos. Y en el caso de las vacunas contra el covid ya tenemos la experiencia del daño que causa la enfermedad y apostamos por la vacuna.
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Los datos aportados por el SES sobre el rechazo a vacunarse con AstraZeneca indican que nuestra confianza es mucho más fuerte que nuestro temor a ser esa persona entre 100.000 que sí sufre un trombo tras la inoculación.
La mayoría no entenderemos nunca cómo funciona el ARN mensajero que está detrás de la elaboración de las vacunas, pero sí confiamos en que los científicos que investigan para dar con la fórmula que nos proteja sí saben lo que hacen. Y en esta ocasión, como en muchas otras, la sensatez de la ciudadanía se impone al ruido político. El covid lleva matando más de un año y la vacuna, en la inmensa mayoría de los casos, sirve para salvarse.
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