Si en España no hubiera democracia, la pareja Iglesias/Montero viviría en Alcalá Meco y no en Galapagar. No cobrarían sendos sueldos del Estado ni dispondrían de sendos coches oficiales a la puerta de su casa. Pero existe la democracia y Montero e Iglesias pueden ... no solo decir lo que quieran sino ser elegidos y gobernar en nombre de esa democracia a la que denuestan. Pues claro que la española es una democracia imperfecta, todas lo son. Solo son perfectas las dictaduras. En ellas no hay hilos sueltos, ni críticas que no se castiguen, ni ciudadanos que se salgan del recto carril de la ortodoxia trazado por los dirigentes. Y los pocos que se salen ya saben a qué se exponen.
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En esta semana, también imperfecta, qué le vamos a hacer, hemos conmemorado los 40 años del triunfo de la democracia sobre el golpe de Estado del 23-F, y la izquierda más radical y los nacionalistas han aprovechado para desenterrar las teorías de la conspiración. El resumen de esa fabulación es que no se conoce lo qué pasó en realidad y que la Corona, el Gobierno y los poderes fácticos estaban tras el golpe, del que los militares solo habrían sido unas marionetas. El extremeño Javier Cercas, que escribió un magnífico libro sobre el 23-F, 'Anatomía de un instante', desacreditaba en estos días esas conspiranoias afirmando que no hay misterio que valga. El 23-F es uno de los episodios históricos más y mejor estudiados, y se conoce al dedillo todo lo importante que ocurrió. A pesar de ello hay quien prefiere agarrarse a la conspiración. Y en ese grupo nos encontramos a los frikis habituales, que lo mismo ven fantasmas tras el 23-F que en la llegada del hombre a la luna, y a diputados como Rufián que se apuntan a la conspiración porque les viene bien para sus intereses políticos.
Tampoco hay que extrañarse mucho, vivimos tiempos en que la mentira le come el terreno a la verdad: hay quien prefiere creer la explicación de la pandemia que da Victoria Abril a leer lo que dicen autoridades mundiales como el doctor Fauci o el infectólogo de Montijo Benito Almirante. Reconozcamos que a todos nos seduce más una buena conspiración, como la de la actriz, con giros de guion y malvados muy malvados, que los descubrimientos del constante y tedioso trabajo de los científicos en sus laboratorios. Donde se ponga un buen bulo que se quite una aburrida verdad. No hay color.
Para rematar esta imperfecta semana el viernes conocimos que el rey Juan Carlos ha pagado cuatro millones de euros para intentar regularizar su situación fiscal y evitar así que se le imputen delitos. Qué mejor noticia para apuntalar la idea de que el rey emérito no es trigo limpio, no en materia económica, que eso parece evidente, sino incluso en su actuación durante el 23-F.
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A los humanos nos cuesta admitir que una misma persona puede ser un excelente rey (favoreciendo la Transición y frustrando el golpe militar) y a la vez un defraudador.
Deslindar su papel clave en la llegada de la democracia al principio de su reinado de su comportamiento deleznable del final resulta difícil. Aunque lo razonable y justo es hacerlo. Nos cuesta porque a quienes idealizamos la Transición no nos gusta verle defectos a nuestro hijo más querido, la democracia española. Que fue alumbrada por personas como el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez o Carrillo y los millones de españoles que la ansiaban y la apoyaron. Una democracia imperfecta, sí, pero democracia. Sin exiliados y sin presos políticos. Y que hace posible que gobiernen personas que la atacan, como Iglesias y Montero.
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