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Soy de la última ciudad grande que se ha de atravesar al adentrarse en las grandes extensiones del norte canadiense. Es una de las ciudades ... más septentrionales del mundo y se encuentra más o menos a la misma latitud que Moscú. Es una ciudad de la que pocos han oído hablar y aún menos visitar, y normalmente sólo aparece en las noticias durante el invierno para decir que es uno de los lugares más fríos del planeta. Así, hasta la semana pasada.
Veo con sorpresa cómo periodistas de la CNN, Aljazeera y la BBC informan desde el valle del río donde crecí. Por un instante, el sitio al que yo llamaba casa es un elemento destacado en el ciclo de noticias gracias a la visita de Jorge María Bergoglio, más conocido como papa Francisco.
Sin embargo, no se trataba de una de las habituales visitas pastorales diseñadas para dar a los creyentes la oportunidad de ver al jefe de la Iglesia. Es este un viaje con un propósito diferente: uno que sólo emprende después de años de que se le pidiera repetidamente. Vino con la intención declarada de pedir disculpas directa y personalmente a los pueblos indígenas por el papel de la Iglesia católica en el sistema de escuelas residenciales financiadas por el gobierno canadiense. Un sistema que se le impuso a los pueblos indígenas como parte de un amplio conjunto de esfuerzos de asimilación para destruir sus ricas culturas e identidades y suprimir sus historias. Fue un sistema que existió hasta finales de la década de los 90 y que el gobierno canadiense ha calificado de genocidio cultural en la comisión de la verdad y la reconciliación.
Los brutales abusos sexuales, emocionales y psicológicos infligidos a los internos de las instituciones se han investigado y documentado durante años. Pero fue el reciente descubrimiento de cientos de fosas sin marcar, de niños, encontradas en los recintos de las escuelas de todo el país lo que llevó a los líderes indígenas a viajar al Vaticano para pedir directamente al Papa algún tipo de reconocimiento y responsabilidad.
Tras décadas de peticiones, la Iglesia finalmente cedió. La expectación era máxima cuando el argentino aterrizó, y muchos creyentes y no creyentes asistieron a la reunión al aire libre para escuchar la disculpa que tanto habían esperado.
Pero no hubo 'mea culpa' institucional. En lugar de ello, recibieron una tibia disculpa «por el mal causado por tantos cristianos a los pueblos indígenas». No se mencionaron los miles de casos de abusos sexuales ni se aludió a los quizá miles de fosas que aún están por descubrir. Según la Iglesia, esta no compartía ninguna responsabilidad institucional, y estos actos grotescos eran fechorías cometidas de manera individual.
A pesar de que los indígenas, de costa a costa, habían estado pidiendo que se anularan las bulas papales que conforman la Doctrina del Descubrimiento, que es en realidad una doctrina de colonización, el Papa evitó por completo cualquier mención de culpabilidad.
En contexto, esta completa dejación de responsabilidades era de esperar; al fin y al cabo se trata de una institución que cree que su líder es infalible. Lo que me desconcierta es que se siga creyendo en él.
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