Debería ser delito felicitar a bulto
APENAS TINTA ·
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APENAS TINTA ·
Tengo muy buena relación con la Navidad y malísima con algunas costumbres navideñas. A veces, sin duda por mi culpa, una cosa parece la otra y me gano el mote de Grinch, ese personaje que daría lo que fuera para que estas fiestas desaparecieran.
Verán, ... yo soy de pueblo y de familia amplia, dos circunstancias, sobre todo si eres niño, para que la Navidad sea una preciosa época de risas, novedades e historias inesperadas que, cuando llega la ocasión, vuelven a recordarse con una sonrisa que es carburante para el corazón.
Soy un nostálgico de las navidades de mi infancia, y eso significa, por ejemplo, que soporto mal que uno de los símbolos de estas fiestas sea un árbol. La edad me ha hecho templar la antipatía, pero ha habido época en que he sentido aversión hacia el árbol de navidad. Y es que buscaba en mi memoria y no encontraba ni una sola referencia a un abeto o parecido (¡en Higuera de Vargas!) que se ilumina y se llena de bolitas. En mi casa o en casa de mis abuelos, que era donde yo vivía la Navidad cuando era chico, teníamos un humilde portal y, sobre todo y era lo más valioso, lo que teníamos era más o menos el permiso tácito de los adultos para que viviéramos en un delicioso desorden de hermanos y primos haciendo carreras por el pasillo, potreo de camas en las habitaciones y escondite entre las trojes del 'doblao'. Y nunca vi un árbol relacionado con la Navidad en mi casa, ni en mi pueblo. Como comprenderán, mucho menos me gusta que ese árbol se enseñoree del salón de la casa ¡desde noviembre! Pero que, además, sirva de cobijo a los regalos de Reyes me ha resultado –ahora no, ya digo, pero sí de joven– sencillamente insoportable. Tanto que si entonces hubiera sido legislador hubiera hecho lo imposible hasta lograr incluir ese disparate en el Título III del Código Penal, el de los delitos de lesiones, porque ver, bajo ese árbol extraño, lo que nos echaban los Reyes era como si me patearan el mondongo.
Podría incluir también en el Código Penal las clásicas costumbres navideñas del consumismo como si se acabara el mundo o de ese falso ambiente de bondad que contamina el aire estos días. Pero sobre todo incluiría una costumbre nueva: la de las felicitaciones que cada vez más gente hace a toda la lista de contactos telefónicos y con frases pretendidamente sentidas. No las aguanto. Las incorporaría directamente al Capítulo VI del Código Penal, el de los fraudes, y a la sección primera, la de las estafas, cuyo primer artículo, el 248, dice: «Cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno». Sustituyan 'ánimo de lucro' por 'con falso ánimo de quedar bien' y sería el enunciado del nuevo artículo contra los que felicitan a bulto. Porque esa felicitación masiva es un engaño que quien la hace pretende que quienes la recibimos caigamos en el error de pensar que es verdadera, y nos induce a contestarla creyendo que lo es y produciendo, con ello, el daño de que quedemos como imbéciles. Palabra de Grinch.
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