A los que no entendemos de fútbol nos llaman la atención los espectaculares goles de Cristiano o de Messi, las grandes paradas de Casillas o ... de Oblak, pero no conseguimos valorar la importancia que tienen los centrocampistas para la buena marcha de un equipo. Es más, solamente los muy entendidos valoran dicha figura. Muchas veces, ni otros jugadores ni muchos gestores de equipos de fútbol llegan a darse cuenta de la importancia de que el centro del campo funcione bien.

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Los que carecemos de formación musical podemos emocionarnos ante un solo de violín o de piano en manos de un virtuoso de dichos instrumentos, aunque no conseguimos darnos cuenta de la importancia del director ante una orquesta sinfónica.

Si pensamos en el conjunto de nuestro sistema sanitario, podemos encontrar muchos paralelismos con lo planteado previamente. La población general, muchos médicos y muchos gestores sanitarios solo valoran lo espectacular (la cirugía a «corazón abierto», la resucitación cardiopulmonar en mitad de la calle con mucho aparataje, muchas sirenas y uniformes). Estas actuaciones son muy importantes y es fácil darse cuenta de su valor social y sanitario; sin embargo, no ocurre así con la tarea callada, humilde y constante de un médico/a de familia.

Atender con premura y calidad a una patología aguda concreta (una fractura, un infarto, un cólico nefrítico) es un gran servicio que nuestro sistema sanitario nos ofrece. No obstante, cada día son más frecuentes los procesos crónicos (prolongados en el tiempo) y la coexistencia de pluripatologías (muchas enfermedades o problemas, físicos, psíquicos y emocionales) en un mismo ser humano, y en estos casos, la sociedad y el ciudadano concreto necesitan de un profesional de la medicina con conocimientos variados y formación rigurosa que dirija el «juego en equipo», que lo oriente en el proceloso sistema sanitario y sepa conjuntar todos los «instrumentos» para que la «melodía» suene armónica.

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Es necesario que los ciudadanos, la sociedad, los políticos, los gestores sanitarios, los médicos del hospital y los profesores de universidad se den cuenta de que, para que nuestro gran sistema sanitario logre sus mejores frutos, hay que potenciar la figura del médico/a de familia y darle herramientas (la más importante es el tiempo) para poder repartir el «juego» o dirigir el «concierto».

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